El 7 de mayo de 1824, Viena vivía con expectación la que iba a ser la primera aparición pública de Ludwig van Beethoven en doce años. El motivo: el estreno en el Teatro Imperial de su Sinfonía n.º 9 en re menor, op. 125, hoy informalmente cono­cida como la Novena. Toda Viena sabía queBeethoven, considerado entonces el más grande de los compositores, estaba completamente sordo.
El público que aba­rrotaba la sala contempló con reverencia cómo se colocaba tras el director de or­questa y seguía el estreno en una copia de la partitura, imaginando en su mente lo que los demás escuchaban. Para él, aque­llo era posible porque, como explica el profesor de Filosofía y crítico musical Ja­cobo Zabalo, "la música es matemáticas, es inteligencia. Los músicos del nivel de Beethoven no necesitan oír los sonidos físicamente, los tienen en la cabeza”.
Al finalizar el concierto estallaron los aplausos de un público conmocionado por lo que había visto y escuchado. La Novena era extraordinaria, no solo por su duración y magnitud instrumental, sino porque incorporaba un nuevo elemento: en el último movimiento intervenían cuatro solistas y un coro, que interpretaban el poema Oda a la Alegría, de Friedrich Schi­ller. Beethoven seguía enfrascado en su partitura cuando la ovación empezó y no reparó en ella, ni en los pañuelos que se agitaban en el aire, hasta que una de las solistas le alertó, tocándole suavemente el brazo. Solo entonces se inclinó y saludó a sus admiradores por última vez.


La Novena continuó utilizándose pródiga­mente durante la segunda mitad del siglo XX. En 1974, la sección de la oda sirvió de base para el himno nacional de Rodesia. A los responsables del nuevo estado, de­fensor del apartheid, no parecía incomo­darles que, dos años antes, hubiese sidoadoptada por el Consejo de Europa como himno europeo. Ni que después de la Se­gunda Guerra Mundial hubiese sido pro­puesta por Naciones Unidas como himno mundial. Esto no se consiguió, pero, desde 1985, la adaptación de Von Karajan es 0el himno oficial de la Unión Europea.
La pieza es también indispensable en gran­des acontecimientos: no solo en conciertos de Año Nuevo en países como Japón, sino también en casi todas las ceremonias de apertura de los Juegos Olímpicos. En los de 1956 y 1964 sonó como himno común para los equipos de las dos repúblicas ale­manas.
Pero quizá el acontecimiento his­tórico más importante en la trayectoria de la Novena fue su interpretación en Berlín en la Navidad de 1989pocas semanas después de la caída del muro. El concierto, dirigido por Leonard Bernstein, reunió a una orquesta con músicos de las dos Ale­manias. Bernstein no pudo contener la emoción cuando el coro entonó la oda final, en la que la palabra Freude (“alegría”) se había sustituido por Freiheit (“libertad”). “Beethoven habría dado su bendición”, concluyó el director estadounidense.
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