21 jun 2014

Evangelio día 22: Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Al comulgar soy Sagrario y Custodia...que sale a la calle
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,51-58):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; 
el que coma de este pan vivirá para siempre.
 Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: 
«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo:
 «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre 
y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna 
y yo lo resucitaré en el último día. 
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
 El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. 
El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; 
del mismo modo, el que me come vivirá por mí. 
Éste es el pan que ha bajado del cielo: 
no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; 
el que come este pan vivirá para siempre.»
Palabra del Señor

ESTANCADOS

Comentario por José A. Pagola
Una de las grandes aportaciones del Concilio fue impulsar el paso desde la “misa”, entendida como una obligación individual para cumplir un precepto sagrado, hacia la “eucaristía” vivida como celebración gozosa de toda la comunidad para alimentar su fe, crecer en fraternidad y reavivar su esperanza en Cristo.
Sin duda, a lo largo de estos años, hemos dado pasos muy importantes. Quedan muy lejos aquellas misas celebradas en latín en las que el sacerdote “decía” la misa y el pueblo cristiano venía a “oír” la misa o “asistir” a la celebración. Pero, ¿no estamos celebrando la eucaristía de manera rutinaria y aburrida?
Hay un hecho innegable. La gente se está alejando de manera imparable de la práctica dominical porque no encuentra en nuestras celebraciones el clima, la palabra clara, el rito expresivo, la acogida estimulante que necesita para alimentar su fe débil y vacilante.
La Cena del Señor es demasiado importante para que dejemos que se siga “perdiendo”, como “espectadores de un estancamiento infecundo” ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana”. ¿Cómo permanece tan callada e inmóvil la jerarquía? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación y nuestro dolor con más fuerza?
El problema es grave. ¿Hemos de seguir “estancados” en un modo de celebración eucarística, tan poco atractivo para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es esta liturgia que venimos repitiendo desde hace siglos la que mejor puede ayudarnos a actualizar aquella cena memorable de Jesús donde se concentra de modo admirable el núcleo de nuestra fe?