Todos aspiramos a la alegría grande, a la felicidad, y debemos conquistarla. Sin embargo, también en la vida cotidiana suceden muchas cosas buenas que producen intenso gozo. Es importante descubrirlas porque los pequeños gozos son la sal de la vida, alimento de la alegría más honda. No son moneda falsa ni sustitución de la alegría con mayúsculas.
Hay momentos en que se nos cierra el horizonte, y es preciso descubrir y valorar las alegrías sencillas: en ocasiones, una preocupación desbordante o una pena grande cierran por un tiempo la alegría mayor, y mientras las cosas son así conviene aprovechar las dichas cotidianas, y no solo por animarse; también para no perderlas. Toda breve alegría o ilusión es buena, aumenta la esperanza e influye para bien en las relaciones con los demás. Es también parte del tesoro.
Lo deja ver el Señor a través de aquella breve parábola: una mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, para buscarla enciende la luz y barre toda la casa, busca cuidadosamente hasta que la encuentra. Y una vez hallada convoca a las amigas y vecinas y les dice: alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido. No era mucho lo encontrado. La dracma es una moneda de relativo valor, pero esta mujer era pobre, y por eso se pone tan contenta del hallazgo que necesita contarlo. Jesús se detiene en describir los detalles porque habría observado algunas veces un incidente así, o quizá cuenta lo que le había ocurrido precisamente a su Madre.
No es esta la gran alegría de encontrar un tesoro en un campo, que conduce a un hombre a vender todo lo que tiene, pero es una alegría verdadera, que muestra la cara amable de la vida. Quien pierde la llave del coche, o la documentación o el teléfono móvil, es feliz al encontrarlos; llama, incluso, por teléfono a su mujer para decírselo: «fíjate, estaba en el bolsillo de otra chaqueta»; y ella: «menos mal, ¡cuánto me alegro!».
Así, un día de sol en invierno, una llamada de teléfono de una persona amiga a quien echábamos de menos, una palabra, una comida que agrada a toda la familia, una canción favorita que escuchamos inesperadamente en la radio, el momento de recoger a nuestro hijo del colegio y verle contento, una tarea ardua superada felizmente, el instante de llegar a la cima de un pico alto, una palabra que anima, una sonrisa sincera. A Dios le agradan nuestras alegrías menores, Él también sonríe. Ha creado el universo, un espacio inmenso con astros incontables. Ha creado también esta naturaleza que se nos presenta en flores diminutas, en insectos mínimos, en arbustos de innumerables especies.
F. Fernández Carvajal en “Pasó haciendo el bien”