16 ene 2018

El miedo a una guerra nuclear



Unos niños de Hawái muestran cómo la fe puede enfrentarlo, por ahora; mientras el Papa llama a empeñarnos en un desarme nuclear










En el vuelo de Roma a Santiago de Chile, el Papa Francisco –tras repartir una foto tomada poco después de la explosión atómica en Nagasaki en 1945, en la que un niño hace fila con su hermanito muerto, que espera ser cremado (a la foto el Papa agregó la frase “…el fruto de la guerra”, y su firma)—dijo a los periodistas que tiene miedo de una conflagración nuclear.
“Sí, de verdad tengo miedo. Estamos en el límite. Basta un accidente para desencadenar la guerra. A este paso, la situación corre el riesgo de precipitar. Por lo tanto, hay que destruir las armas, empeñarnos en el desarme nuclear”, dijo el Papa a pregunta realizada por uno de los periodistas que los acompañan en su sexto viaje a América Latina en los casi cinco años de su pontificado.
Miedo que vivieron el pasado sábado 13 de enero los habitantes de Hawái cuando –según los funcionarios estatales de ese Estado de la Unión Americana—un “error humano” motivó el anuncio de un ataque de misiles contra la isla enviado a través de teléfonos móviles.
La sombra del conflicto que mantiene Estados Unidos con Corea del Norte hizo más que creíble el ataque nuclear, tantas veces anunciado por el régimen comunista de Corea del Norte, y tantas veces vuelto a encender por las respuestas del presidente Donald Trump al presidente Kim Jong-un.
Y la alarma de Hawái se desató, justamente, por lo que dijo el Papa de camino a Chile: por un accidente que pudo desatar la guerra.

Pero la fe está por encima de todo

Christopher Derige Malano, administrador pastoral en el Newman Center en Honolulu, Hawái, ha escrito un pequeño pero incisivo artículo sobre lo que pasó ese día –sábado por la mañana, tras el desayuno– con los niños que se estaban preparando para la Confirmación y que ingresaban en el centro pastoral para un retiro.
“Cuando comenzamos el retiro, el estruendo de la alerta de emergencia de los teléfonos celulares captó nuestra atención: ¡había una amenaza de misiles! Mientras cada uno de nosotros miraba la pantalla de los teléfonos, hubo un momento notable de confusión. ¿Qué significa esto? ¿Qué hacemos? ¿Esto es real? ¿Como sabemos? ¿Hay alguna manera de verificar?”, recuerda Malano.
Inmediatamente recurrieron a las fuentes de comunicación: radio, televisión, internet y redes sociales. No había ninguna indicación de cuán real era la amenaza aparte de la notificación telefónica. Llamaron a la seguridad del campus y luego al 911; tampoco tuvieron respuestas definitivas. Sin una idea clara de lo que estaba sucediendo, la prioridad fue el cuidado y la seguridad de los niños de la comunidad.
“Sin ningún lugar adonde ir –los edificios de la universidad están cerrados el fin de semana– y sin tiempo que perder, recurrimos a lo único de lo que estábamos seguros: nuestra fe”, escribe Malano en su reflexión.
Durante los primeros minutos después de recibir la alerta, quedaron paralizados por la incertidumbre y la ansiedad. Comenzaron a orar en el mismo salón donde se estaba desarrollando el retiro, “pero luego migramos en silencio casi a paso procesional hacia el tabernáculo donde reside el Santísimo Sacramento. Allí nos quedamos, respiramos profundamente, nos centramos y entregamos todo a Dios. Oramos, nos abrazamos y esperamos juntos”, dice Malano.
Después de angustiosos minutos de incertidumbre, descubrieron que la alerta era falsa y los padres fueron lentamente a buscar a sus hijos al Centro.
“Los 38 minutos de esta mañana, aunque atemorizantes, también fueron un recordatorio de la gracia que existe en momentos como estos. ¿Cómo podemos experimentar la gracia en nuestras propias vidas? Solo tenemos que mirar a nuestros hijos por esos modelos de fe”, termino diciendo en su artículo Christopher Derige Malano.

Pero el miedo subsiste

Ciertamente la fe de estos muchachos y de sus profesores resulta aleccionadora. Pero el miedo de que otro error humano pueda desatar una conflagración nuclear existe.
El pasado 31 de diciembre, en un desafiante mensaje de Año Nuevo, Kim Jong-Un, aseguró que tiene un “botón nuclear” al alcance de la mano. “El botón nuclear siempre está en mi mesa. No es chantaje, sino la realidad”, declaró Kim, reiterando así que Corea del Norte es un país con potencial nuclear, y con misiles que pueden alcanzar, fácilmente, Hawái o la costa oeste de Estados Unidos.
Y la semana pasada, previo a la alarma de ataque en Hawái, el régimen de Corea del Norte volvió a desafiar a las potencias mundiales y a la ONU al sostener que, pese a las duras sanciones que se le vienen aplicando, continuará desarrollando “sin ningún cambio” su política armamentística en el futuro, como una potencia nuclear “invencible” y “responsable”.
Y la respuesta de Trump avivó el miedo del “error humano”. En efecto, en tuiter el presidente de Estados Unidos sentenció: “El líder norcoreano Kim Jong-un acaba de decir que el ‘botón nuclear está sobre su mesa todo el tiempo’. Puede alguien de su régimen agotado y hambriento decirle que yo también tengo un botón nuclear y que es mucho más grande y poderoso que el suyo”.
Para temblar.