Después de la
Resurrección, el evangelio no quiere alejarnos de aquel día que ha cambiado el
curso de toda la creación. A la luz de lo acontecido con los discípulos de
Emaús, podemos decir que aquel viaje continúa con nosotros.
LA FE CREÍDA – CELEBRADA Y
VIVIDA
Aquellos discípulos tuvieron la experiencia de la fe creída; la fe
celebrada y la fe vivida. Tres circunstancias de fe fundamentales en todo
cristiano. Aquellos discípulos tenían una fe heredada de sus padres y, ¡claro
que creían en la llegada del Mesías! Pero la tristeza de la muerte de Jesús,
truncaba la esperanza de que Él fuera el futuro libertador del pueblo de
Israel, en el sentido político-religioso, de acuerdo con las expectativas de la
época.
También nosotros podemos
sucumbir a la desesperación o a la resignación de que nada puede cambiar y
volver, así, a la rutina cómoda de nuestro quehacer vulgar de cada día, que no
es otra cosa que nuestros asuntos y costumbres. Es verdad que siempre encontramos
motivos comprensibles para nuestra actitud cobarde.
Pero aquellos discípulos
tenían una fe que los llevó a la celebración compartida con aquel “extraño” que
los iba aleccionando por el camino. “Quédate con nosotros” y así fue. Se quedó un rato más. Lo suficiente
para que lo reconocieran “al partir el
pan”. Los Sacramentos, teniendo en la Eucaristía el culmen y la fuente, son
decisivos para el encuentro vivo con Cristo.
La Eucaristía es el centro de la
espiritualidad, donde Jesús abre los ojos del creyente, hasta que Jesús es
reconocido. Y, entonces, la esperanza vuelve a habitar en el corazón del que es
discípulo de Jesús.
En la Eucaristía, el
cristiano celebra su fe. Escucha a Jesús, como en el camino a Emaús. Arde el
corazón del que se empapa de Jesús y el creyente tiene ganas de seguir o de
quedarse con Jesús, aunque se haga tarde y la noche apremie.
Pero aquellos discípulos
no se quedaron con el regusto de la visita de Jesús Resucitado, sino que
volvieron a Jerusalén a contárselo a los demás discípulos y a compartir con
ellos el gozo de la verdad comprobada de la resurrección del Maestro.
Los creyentes tenemos la
oportunidad de compartir también nuestra fe. Y lo hacemos de muchas maneras de
mano de la Iglesia nuestra Madre.
La tristeza primera del
fracaso, se cambia en gozo cuando compartimos. La Iglesia pone a nuestro
alcance esos sacramentos y la caridad. Aquí está la fuerza del Evangelio.
Con los Sacramentos,
Cristo se nos acerca y nos habla, de tal forma que el corazón y el alma nos
dicen lo bien que se está donde está Jesús. Y, entonces, el Amor anida en
nuestro interior con pluma cálida y aroma de cariño. Y tenemos necesidad de
compartirlo con los demás.
Con la Caridad, Cristo nos
comunica con el hermano necesitado. La muerte ya no es muerte, sino vida. El Amor derrota al odio y al mal. El
necesitado es más nuestro que nunca y le llamamos, o le hacemos hermano.
Mediante la fe creída,
celebrada y vivida sentimos que la tristeza se derrite y que el calor de la
esperanza se enciende en el corazón.
Elpidio Ruíz Herrero.