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ORÍGENES DEL APÓSTOL SANTIAGO
De familia humilde, Santiago el Mayor era hijo de Zebedeo, pescador judío que faenaba las aguas del río Galilea y el cual tenía también otro hijo, Juan Evangelista.
Encontrándose estos pescando en el lago de Generaset junto con otros dos hermanos, Andrés y Pedro, fueron todos ellos reclutados por Jesucristo como sus cuatro primeros discípulos, convirtiéndose con el paso de los años, en su círculo más cercano.
Tal era la confianza depositada en ellos, que Santiago el Mayor fue partícipe y testigo de varios acontecimientos clave en la historia del cristianismo, tales como la transfiguración en el monte Tabor y el milagro de la resurrección, así como su posterior aparición en el río Tiberíades.
TRAS LA MUERTE DEL MESÍAS
Santiago el Mayor al igual que alguno de los otros discípulos de Jesús, decidió emprender su labor evangelizadora, concretamente en el reino de Gallaecia, la actual Galicia.
No sería la última vez que visitaría estas tierras, ya que este fue el único lugar donde estuvo el Apóstol tanto de vivo como de muerto.
Dado su escaso éxito en tierras del río Ulla, retornó a Jerusalén, donde fue ejecutado por orden del emperador Herodes Agripa en el año 44 d.C. tras una serie de persecuciones a los cristianos. De esta forma, Santiago el Mayor se convertiría en el primer apóstol en morir por la fe cristiana.
Así fue como los otros apóstoles, ante la negativa del emperador de poder sepultar a Santiago, deciden huir con su cuerpo de nuevo a tierras gallegas, concretamente a Iria Flavia, donde deciden depositar el cuerpo y construir una sepultura en el bosque de Liberum Donum. Es aquí donde nace la leyenda y el legado jacobeo.
INICIOS DE LAS PEREGRINACIONES
Desde ese momento, miles de fieles a lo largo del mundo deciden seguir antiguas calzadas romanas para caminar y honrar así al Apóstol en su lugar de reposo eterno.
A pesar de la controversia actual sobre la autenticidad de los restos salvaguardados en la Catedral, se sabe que tuvieron que ser trasladados en varias ocasiones. Una de ellas fue ante la amenaza de los piratas del siglo XVI, que intentaron desembarcar en la ciudad de A Coruña.
Ante la posibilidad de que estos destruyeran y profanaran la tumba del Apóstol, decidieron construir un pequeño cubículo en la parte posterior del altar mayor donde esconder sus restos. Así fue como estuvieron desaparecidos durante varios años, concretamente hasta su redescubrimiento en 1884.