20 oct 2020

Tucho Sineiro: el legado de un pastor según el corazón de Cristo

 



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Tucho Sineiro

A lo largo de su vida sacerdotal Tucho Sineiro pasó sembrando semillas de Evangelio en cada corazón que se encontraba en su camino. Siempre desde el respeto a la libertad de los otros y con la autoexigencia de una vida personal en coherencia con los valores y actitudes del mensaje cristiano.

Su vida personal y su acción pastoral encontraban su fuente en la Palabra de Dios, en el Catecismo de la Iglesia Católica, en las enseñanzas de la Iglesia, y en el ejemplo y la vida de los santos.

Para Tucho la Liturgia es fuente de vida y así lo transmitía a su comunidad parroquial: “La liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia, y al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (C.I.C. 1074). De ahí su celo permanente para que la participación de los fieles fuese “consciente, activa y fructífera.

Todas y cada una de las acciones litúrgicas preparadas con mimo y esmero, cuidando del más mínimo detalle para que fuesen celebradas y vividas con la mayor dignidad posible y así brillase la gloria de Dios en medio de su Pueblo.

El gran legado catequético que ha dejado Tucho es a día de hoy la base de la acción catequética que sigue viva en las diócesis de Galicia y en otras diócesis de España.

Como sacerdote su prioridad era transmitir la fe a través de la catequesis. Para él era una convicción personal la enseñanza de Juan Pablo II acerca del objetivo de la catequesis: “los esfuerzos realizados en la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios a fin de que por la fe, tengan vida en su nombre, y para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo” (C.T. 1,2)

Las palabras de San Pablo, “si no tengo caridad no soy nada” y haga lo que haga de nada me sirve eran el medio natural en el que Tucho vivía y el espíritu con el que actuaba y procedía en todo.En su vida se dejaba traslucir la convición de un principio firme e inamovible: “Que cada uno, sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como “otro yo”, cuidando, en primer lugar, de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente” (GS 27,1)

Sus esfuerzos y su entrega a la causa de la fraternidad cristiana fueron una constante en su vida. Un luchador incansable en aras de la fraternidad sacerdotal, en aras de la exigencias de la fraternidad entre todos los miembros de la comunidad parroquial.

Experto en tender puentes, con una capacidad de acogida inmensa como fruto de su vida eucarística, una sencillez cautivadora y atrayente que nacía de la contemplación de Maria, la Sierva del Señor.

Damos gracias a Dios por su legado humano y espiritual.

Manuel Folgar