Benedicto XVI definió la familia como "santuario intocable y alma de la sociedad" donde la persona madura en los afectos, en la solidaridad, en la espiritualidad. También la economía con sus leyes debe considerar siempre el interés y la salvaguarda de tal célula primaria de la sociedad; la misma palabra "economía" en su origen etimológico contiene un reclamo a la importancia de la familia: “oikia” y “nomos”, la ley de la casa.
En la Exhortación apostólica Familiaris consortio, el recientemente canonizado Juan Pablo II indicó para la institución familiar cuatro deberes que quisiera recordar brevemente:
1. la formación de una comunidad de personas
2. el servicio a la vida
3. la participación social
4. la participación eclesial.
Todas ellas son funciones en cuya base está el amor, y es a esto a lo que educa y para lo que se forma una familia. «El amor -afirma el venerado Pontífice- entre el hombre y la mujer en el matrimonio, y de forma derivada y ampliada, el amor entre los miembros de una misma familia -entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, entre parientes y familiares- está animado y sostenido por un dinamismo interior e incesante, que conduce a la familia a una comunión cada vez más profunda e intensa, fundamento y alma de la comunidad conyugal y familiar» (n. 18). Del mismo modo, el amor está en la base del servicio a la vida, fundado en la cooperación que la familia da a la continuidad de la creación, a la procreación del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios.
Vicente Huerta.