23 jun 2014

De lo poco que se y comparto con el “homo sapiens” en general, se encuentra la verdad de este principio:todo lo que llega a ser, tiene una causa. La nada, nada puede parir. Si una piedra impacta en tu nuca, alguna fuerza la disparo, maquina, energúmeno, o viento huracanado; tal vez una fuerza por ahora desconocida, pero actualmente real, existente. Es una de las grandes verdades conocidas por todos y supuesta en todo razonamiento: el principio de causalidad. No se puede negar sin entrar en contradicción con un mismo.

Parece poco, pero de este principio, con dos o tres más unidos a la experiencia, deriva la sabiduría. De ahí sugiere Jesucristo el desarrollo de toda una ética y se enfada mucho contra los que no lo ven. Les llama “hipócritas". Decía a las multitudes:

Cuando veis que sale una nube por el poniente, enseguida decís: «Va a llover», y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: «Viene bochorno», y también sucede. ¡Hipócritas! Sabéis interpretar el aspecto del cielo y de la tierra: entonces, ¿cómo es que no sabéis interpretar este tiempo? ¿Por qué no sabéis descubrir por vosotros mismos lo que es justo? (Lc 12, 54-57)

¿Por qué tanto escepticismo? ¿Por qué tanta inseguridad en lo que separa lo justo de lo injusto, lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo? ¿Por qué tanta provisionalidad en los juicios? ¿Por qué la tardanza exasperante en derogar leyes injustas y en omitir la promulgación de las justas? ¿Por qué no sabéis descubrir por vosotros mismos?