Juan Manuel Burgos reflexiona sobre la importancia del rostro en la persona:
En los rostros de los demás descubrimos su intimidad, su actitud ante nosotros, su estado de ánimo. Es «el centro de organización de toda la corporeidad», afirma Julián Marías, como el resumen de la persona. La cara es el espejo del alma, dice con razón el refrán, y también se suele afirmar que, a partir de cierta edad, el hombre es responsable de su rostro porque allí queda fijada su crispación o su alegría, su actitud desenfadada o tensa, el cansancio de la vida, la desesperación o la esperanza.
Por eso, en el rostro, y, especialmente en los ojos, encontramos a la persona. De ahí la trascendencia de las miradas. Miradas agresivas o miradas de odio, de fascinación o sorpresa, de recelo o indiferencia. Podemos despreciar a alguien con nuestra mirada o, todavía más, no mirándolo, como si no existiera o quisiéramos reducirlo a la nada, mientras que los enamorados, por el contrario, no pueden más que mirarse fijamente porque buscan penetrar en el alma del otro a través de sus ojos. Por eso una mirada directa de un desconocido nos alerta, pues parece pretender una intimidad a la que no tiene derecho y la evitamos cuando, por casualidad estamos obligados a compartir un espacio.
El hombre de Gesara (Mc 5, 1-20)
...Un día se acercó Jesús sin miedo, sin palos ni cadenas, y el geraseno encontró en al mirada de aquél desconocido, que le preguntó por su nombre, otra imagen de sí mismo, la dignidad que no sabía que existiera dentro de él. En el encuentro con esos ojos se encontró con lo mejor de sí mismo... y sanó.