Si
se muere la flor, nos queda la semilla,
siempre
a punto de dar en tierra
lo
que lleva la muerte hasta
el silencio.
Si
se mueren los sueños, queda el amanecer
dispuesto
a darle al día
la
luz serena y la ilusión creada.
La
vida se nos dio
para
el reparto de las obras buenas
y
el tiempo es la cadencia del amor
con
que se mide el peso de los atardeceres,
la
resonancia viva de lo que
es natural
en
manos libres y en miradas limpias.
Mueren
los astros y nos dejan luz.
Muere
la espiga desgranada en panes.
Mueren
las olas y en la paz descansan
los
sudores del viento,
las
espumas de los acantilados
y
el hombre encuentra la
sonrisa larga
en
el fondo del mar donde se mira.
La
muerte está en el centro de lo vivo
para
poner en alto la esperanza,
para
dejar entre la tierra el poso
del
dolor y el mandato del silencio.
Villanueva de Arousa
30 de Octubre de 2012