
Benedicto XVI
«Esta es mi idea del infierno: uno está sentado ahí, completamente abandonado de Dios, y siente que ya no puede amar, nunca más, y que nunca encontrará otra persona, por toda la etemidad». Así escribía al teólogo Karl Rahner la novelista alemana Luise Rinser, haciéndose eco de las palabras de otro escritor, Georges Bernanos: «El infierno es dejar de amar». Este a su vez recogía Ia idea de Victor Hugo, según el cual “el infierno está expresado en una palabra: soledad”. Quizá por eso se podría decir —siempre con Bemanos— que no hay que hablar del “fuego del infierno” porque infierno es frío, como todo lugar sin Ia luz ni el calor del amor.
Se dice que los predicadores de hoy, respecto de sus colegas del pasado, no suelen abordar el tema de los Ilamados «Novisimos». No asi Benedicto XVI, que los tiene en cuenta en su encíclica “Spe salvi” (2007), a la que recurro para una eficaz representación del infierno como estado interior que puede crearse ya en la vida y en el alma de una persona viva. Dos son los síntomas inequivocos. Primero, eliminar toda búsqueda de la verdad y, por tanto, todo camino hacia el misterio, lo trascendente, lo divino. Luego, cerrarse al amor, lo que congela toda espiritualidad honda.
Publicado por Vicente Huerta.