Muchos están convencidos de que cuanto más sofisticados, y adornados estén tanto más prestigiosos, admirados y hermosos resultan. En realidad, la cualidad más difícil de conseguir es la sencillez, que es lo esencial.
Esta se descubre con una simple mirada, y sólo la persona superficial la toma pobreza. Es lo que sugiere el filósofo ingles Francis Bacon (1561-1626) en sus Ensayos. Si tengo que valorar una piedra preciosa, lo mejor es ponerla en un marco sobrio, capaz de sostener la gema pero sin competir con ella. Es una relación que vale también para las relaciones humanas. El que es realmente magnánimo no es arrogante, desconoce la afectación, espontáneamente se pone a la altura de los demás, pero sin impedir que su riqueza interior desaparezca o se esconda.
Así encontramos aquella limpieza de pensamiento y de trato que Jesús había señalado en los niños en su frescor, en su libertad, en la sorpresa con que mira las cosas. Como decía G. Leopardi: “resulta curioso ver que casi todos los hombres que valen mucho tienen ademanes sencillos; y que casi siempre los ademanes sencillos se toman como indicio de poca valía”. Se confirma así el peligro de equivocarnos que nos suele acechar cada vez que tenemos que juzgar las realidades humanas.