Un paraíso fiscal es en realidad un refugio político-económico que ciertos países habilitan con la idea de atraer el capital. El capital no es llamado al refugio por su virtud sino que persigue el refugio por su interés al margen de las obligaciones que entraña su acumulación y desentendiéndose del compromiso.
Y es que la acumulación del propio capital, la creación de grandes patrimonios conlleva obligaciones ineludibles, en tanto que para haber tenido lugar se ha precisado de unas estructuras económicas y sociales costeadas y soportadas por todos. Es por esto que existe tan poca virtud en la fuga de capitales a paraísos fiscales como en la actitud de tumbarse a tomar el sol en un bote de remos en el que todos los demás están remando.
“La acumulación del capital pues dispondría de responsabilidades. Cualquier persona no dispone de la posibilidad de desviar capital a un paraíso fiscal. Generalmente son capitales cuantiosos y capitales drenados en negro que buscan la opacidad de estos refugios, lo que provoca la descapitalización de una economía; en consecuencia, los pobres acaban soportando con mayor intensidad el peso de las crisis”, afirma César Nebot.
Por su parte el Papa Francisco (EG, 56) afirma, hablando de la nueva idolatría del dinero:
“Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios”.