Los indecisos son personas que nunca sabe bien qué hacer, que están siempre dudando sobre sus actuaciones futuras, y que cuando por fin se deciden pasan a dudar de sus actuaciones pasadas. Son complicados, problemáticos, atormentados, están siempre perdiendo oportunidades. Jamás se sienten seguros y conformes con lo que han elegido.
Hay que empezar por decir que sentirse indeciso no es en sí mismo nada malo. Y que la rapidez en las decisiones no siempre es buena, pues cabe el error contrario, el de ser precipitados. Y también puede añadirse que muchas veces la duda es el gran motor del cambio personal, lo que nos hace repensar las cosas, corregir errores, mejorar nuestros planteamientos o nuestras actitudes.
Lo que no conviene es que la indecisión se convierta en el eje de nuestra conducta. Tenemos que ver si el hecho de prolongar el tiempo de análisis nos aportan un mejor conocimiento o si, por el contrario, lo único que hace es prolongar patológicamente nuestro miedo a equivocarnos. Cada uno tenemos que conocernos, y considerar si tendemos a ser demasiado decididos o más bien tendemos a ser demasiado indecisos, para así, en función de eso, autoestimularnos en la dirección que necesitemos.
A veces, para combatir la indecisión, es útil buscar feedback de otras personas: verbalizar las razones, a favor o en contra, en presencia de alguien que nos ayude a objetivarlas, a centrarlas, a ver si verdaderamente están alineadas con lo que buscamos. Todos tenemos experiencia de cómo una maraña de ideas en la cabeza puede desenredarse en cuanto esas ideas salen de su encierro y se contrastan con las de otros.