Thomas Alva Edison nació en 1847. Era el séptimo hijo de una familia humilde
recientemente establecida en Ohio y que había pasado por numerosas penalidades. A los ocho años, el pequeño Thomas
acudió por primera vez a la escuela. Después de tres meses de asistencia a clase, un día regresó a su casa llorando:
el maestro lo había calificado de alumno "perezoso
e inútil".
Su madre logró que el
chico fuera readmitido en la escuela y aquello supuso un gran respaldo para él:
"Descubrí que una madre es algo
maravilloso. Fue la defensora más
entusiasta que hubiera podido tener cualquier niño, y fue precisamente entonces
cuando tomé la decisión de que sería digno de ella y le demostraría que no
estaba equivocada."
Un error, una enseñanza
A los doce años
trabajaba vendiendo periódicos en el tren matutino que iba de Port Huron a
Detroit. En la ciudad de destino el tren hacia una parada de seis horas, que el
pequeño Edison aprovechaba para ir a una biblioteca pública donde empezaba por
el primer libro del panel inferior y seguía por orden con los demás hasta
terminar con toda la estantería.
No se conformaba
con leer
insaciablemente, sino que probaba diferentes experimentos basándose en lo que
leía. Utilizaba un vagón vacío como taller y laboratorio, y pronto comenzó a
editar el Grand Trunk Herald, un sencillo semanario del que tiraba
cuatrocientos ejemplares.
A los dieciséis años
empezó a trabajar como telegrafista. A los dieciocho, obtuvo un empleo en la
Western Union y se trasladó a Cincinnati y luego a Boston. Edison ideó a los
veintiún años un instrumento muy simple para el recuento mecánico de votos. Al
año siguiente, en 1869, consiguió en Nueva York un empleo de condiciones muy
ventajosas, después de haber resuelto una grave avería en un indicador
telegráfico que señalaba los precios del oro en la Bolsa.
A veces, los fracasos
son un modo de aprender y, en cambio,
los éxitos nos hacen acomodarnos en una
mediocre complacencia
A los treinta años
llevó a cabo uno de sus primeros inventos importantes, el fonógrafo.
A continuación, se propuso encontrar un material que permitiera construir una
bombilla incandescente. Al fin, consiguió un filamento de bambú carbonatado que
alcanzaba la incandescencia sin fundirse. El 21 de octubre de 1879 Edison
realizó la primera demostración pública ante más de tres mil personas reunidas
en Menlo Park (California), con una bombilla que lució ininterrumpidamente
durante 48 horas. Edison logró comercializar un primer prototipo viable de bombilla eléctrica que llegaba a funcionar 1200 horas.
Hubo muchos más
inventos, bastantes de los cuales fueron la base para el avance de la industria eléctrica, la electrónica y el
cine. Cuando Edison
falleció en Nueva Jersey en 1931, era ya considerado como uno de los más
importantes inventores de la historia, con más de mil trescientas patentes en
los más diversos ámbitos.
De todos aquellos logros, quizá el de la bombilla
incandescente requirió de él un particular esfuerzo.
Durante ochocientos días, con bastantes de sus noches, apoyado por sus
colaboradores, tuvo la paciencia de ensayar con más de mil fibras diferentes,
tanto vegetales como minerales y animales. Se cuenta que, durante las últimas
semanas, uno de sus colaboradores le preguntó por qué persistía de esa forma en
aquel empeño, tras casi mil intentos sin haber conseguido otra cosa que
fracasos. Edison le respondió con sencillez: "No son fracasos.
En cada experimento he descubierto un motivo por el que la bombilla no
funcionaba. Gracias a eso, he logrado saber ya mil formas de cómo no se debe
hacer una bombilla".
Cada error trae
consigo una enseñanza, aunque sólo sea un simple detalle que corregir y
mejorar. Hay muchas cosas que no nos salen bien, y a lo mejor llevamos tiempo
aparentemente sin avanzar, pero, si seguimos buscando pequeños detalles en que mejorar, sin desalentarnos, quizá ya hemos aprendido mucho y
nos falta poco para llegar a un buen resultado. Se ha dicho que "una
persona inteligente se recupera enseguida de un fracaso, pero una persona
mediocre tarda mucho en recuperarse de un triunfo". A veces, los fracasos
son un modo de aprender y, en cambio, los éxitos nos hacen acomodarnos
en una mediocre complacencia.
Alfonso Aguiló. Vicepresidente del Instituto Europeo de Estudios
de la Educación (IEEE) Blog Hacerfamilia.