Es sencillo admitir a las personas afines con quienes nos compenetramos; sin embargo, es más difícil llegar a comprender a los que piensan y opinan de forma contraria. La virtud de la comprensión reclama este ejercicio de flexibilidad y de respeto: sin necesidad de admitir esas ideas opuestas a las propias, es posible acoger a la persona, entender por qué piensa así y cómo llegó a tales conclusiones; es posible comprender sus razones aunque no se compartan sus ideas.
La convivencia pacífica requiere esta actitud abierta; si falla, las diferencias se pueden convertir en causa de enemistad y de conflicto. Valen más las personas, las ideas van y vienen. Importan más el afecto y la cordialidad que los pensamientos. «Aprendí poco a poco a escuchar y a crear un espacio en el que el otro no solamente es libre para hablar, sino capaz de tener una visión clara de sí mismo. Y a comprender; a no aplicar ningún esquema previo, a acoger a la persona partiendo de ella misma, que siempre es algo único».
Comprender es amar
Si se entiende bien el mensaje de Jesús, se ve con claridad que comprender es amar. Un amor inteligente y generoso que sale al encuentro de los demás para compartir alegrías y penas, recuerdos y proyectos, sentimientos, apuros, inquietudes.
Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los otros. El consejo de san Pablo, que viene a ser una traducción directa del mandamiento nuevo, es una invitación a vivir la fraternidad generosamente: me he hecho todo para todos para salvar a todos. [F. F. Carvajal en Pasó haciendo el bien]