Nuestro cerebro, que es un trabajador incansable, tiene la costumbre de decirnos continuamente cosas. Existe en nuestro interior una especie de desdoble del yo: es como si lleváramos dentro otro personaje con el que entablamos diálogo.
Este sujeto se dedica, a veces, a decirnos cosas negativas: «siempre te equivocas», «nadie te quiere», «nunca lo conseguirás»… Todas estas afirmaciones no son ciertas. Son reproches, augurios y predicciones que no se cumplirán por lo extremas que son, por lo absolutas y rotundas. No son verdad ni pueden serlo.
Sin embargo, su poder sobre nosotros mismos es –en algunas circunstancias– muy destructivo. Llevan al desánimo estéril.
Conviene rechazar estas ideas negativas que se desencadenan cuando algo ha salido mal. Frente a su poder contamos con un buen recurso: la reflexión, esa capacidad de considerar las cosas con atención y darnos cuenta de si son ciertas o no.
Las palabras que nos decimos a nosotros mismos son arma de doble filo. Pueden ser negativas, pero también positivas: «no te desanimes, la próxima vez lo harás mejor», «poco a poco lo conseguirás», «hoy has trabajado muy bien», «eres estupenda con las matemáticas»… Estas cosas son verdad.
Es oportuno que nos tratemos bien a nosotros mismos, con buen humor y una chispa de optimismo, con palabras amables.
Tenemos defectos, nos equivocamos, pero hay defectos que, si no ofenden a Dios y no hacen daño a los otros, pueden formar parte de nuestro modo peculiar de ser. [F. F. Carvajal en Pasó haciendo el bien]