Esta defensa del pluralismo no implica una renuncia a la verdad o su subordinación a un perspectivismo culturalista. Al contrario, el pluralismo estriba no solo en afirmar que hay diversas maneras de pensar acerca de las cosas, sino además en sostener que entre ellas hay —en expresión de Stanley Cavell—maneras mejores y peores, y que mediante el contraste con la experiencia y el diálogo racional los seres humanos somos capaces de reconocer la superioridad de un parecer sobre otro.
Me parece que en el conflicto catalán nos encontramos ante un gravísimo desacuerdo tóxico en el que los políticos y los medios de comunicación hacen todo lo posible para no entenderse, para no comprender la parte de verdad que se encierra en las posiciones contendientes. Los políticos alimentan los votos que les apoyan favoreciendo la fractura, polarizando la sociedad en una perversa dialéctica amigo-enemigo, mientras que creen perder votos si buscan el consenso y el pacto. Cuando pasa eso —tal como enseña la historia— quienes perdemos somos siempre los ciudadanos de a pie que preferiríamos que se escucharan unos a otros, reconsideraran sus posiciones y buscaran soluciones intermedias. En todo caso, me parece que mi anciano padre tenía razón: no podemos pagar nosotros los intereses partidistas de todos los políticos de Barcelona, Madrid y Bruselas.
No elegimos a unos representantes en los diversos organismos que constituyen nuestra sociedad democrática para que se peleen entre sí, sino para que representándonos se pongan de acuerdo, lleguen a pactos transaccionales, a arreglos que hagan posible la convivencia social, tal como hacemos todos a nivel familiar o con los vecinos de nuestra escalera cuando hay intereses o voluntades contrapuestas. Por eso, resulta tan importante aprender a estar en desacuerdo y aprender a dialogar —si es posible, en torno a una mesa sabrosa o con unas buenas cervezas— con aquellos con los que estemos en desacuerdo para llegar a una solución consensuada.
La expresión “Aunque todos, yo no” que abre este texto procede del evangelio (etiamsi omnes, ego non) cuando el apóstol Pedro dice a Jesús que aunque todos los abandonen, él no lo abandonará. Fue utilizado por Joachim Fest “Ich nicht” [“Yo no“] como título de su libro de memorias en el que evocaba su radical oposición al nazismo en Alemania desde el primer momento, cuando Hitler y su ideología recibieron el apoyo de la sociedad alemana en general y de los profesores universitarios en particular. Personalmente, pienso que un profesor en activo no debe tomar partido, sino que precisamente ha de defender el papel de la razón y de la buena voluntad para llegar a acuerdos, a soluciones pactadas, que favorezcan la concordia porque no humillen a ninguno de los discrepantes.