2 feb 2018

Un Tucho que tiene don abonado al número 13

VILANOVA / LA VOZ 

El cura que llevó el rock al altar y rompió moldes dando misa en gallego aboga por una Iglesia más actual


             Nos recibe con una virguería. Una bandeja de salpicón coronada con un cerdo hecho de huevo cocido, y lo pone título: Sinfonía culinaria con cocho da nosa terra. El plato lo improvisó esa misma mañana y lo creó en honor a su madre, Mercedes, que tanto lloraba cada vez que tocaba matar el cerdo de casa. Este pequeño detalle ya define al personaje. Como que se haga llamar don Tucho, un nombre poco ortodoxo para un sacerdote, pero que él lleva a gala porque el Tucho se lo pusieron en casa y porque le gusta sentirse próximo a la gente. «O de don xa non me gusta tanto porque quédalle como un mandil a unha vaca»,matiza, pero acepta el tratamiento porque todavía hay mucha gente, sobre todo mayor, que no se acostumbra a tutear a un sacerdote.


Es síntoma de uno de los males que, a su juicio, sufre la Iglesia.«Debería ser máis aberta, hai que cambiar as mentalidades, dos curas e tamén da xente en relación coa Igrexa. A xuventude escapou porque non lle resulta atractiva. Vena como algo triste cando debería ser alegre». Desde luego por él no queda, de manera que si los chavales le piden que les permita rodar en el altar y que cambie la sotana por una camiseta promocional del festival Rock’in Vila, él lo hace y lo volvería a hacer, aunque no todo el mundo lo comparta. ¿Un cura rebelde?, preguntamos. «Non son rebelde, son consecuente», corrige. Por que si algo tiene claro el párroco de Vilanova es cuál es su misión: Id por el mundo y anunciar el evangelio (San Mateo 28-16), cita. Y su idea de las escrituras no pasa solo por la doctrina y la penitencia. «Máis que unha igrexa canonista eu quero unha igrexa misioneira, máis pastoral e instrutiva, que practique a caridade». Sobre una cuestión tan espinosa como celibato, se moja. «Debera ser opcional».

Antonio Sineiro empleó parte de su vida a la enseñanza religiosa, primero como profesor en el seminario y, después, como coordinador de un grupo pedagógico, allá por 1971, lo que le llevó a recorrer buena parte de los colegios de la Diócesis de Santiago.
Hoy, desde su posición de párroco, sigue cuidando todo lo relacionado con la formación. Presume, y tiene motivos para hacerlo, de que tiene casi doscientos niños y chavales en la catequesis, que cuarenta y cuatro chicos hicieron la Confirmación el último año con él -algunos procedentes de otras parroquias- y que ha contribuido a que surjan nuevas vocaciones en un momento en que si algo le hace falta a la Iglesia son curas. Esta es una de sus angustias, dice, por eso aboga fervientemente por dar cancha a los laicos para que celebren la liturgia de la palabra cuando no haya un sacerdote para dar misa.