Entre otros días de... que ya se sabe que los hay de muchas cosas, este 3 de abril es el 'Día internacional para la erradicación de los paraísos fiscales'. Todos tenemos más o menos noción de lo que significa esto de los paraísos fiscales. Lugares donde una legislación muy favorable a quien tiene dinero (o donde la ley es opaca, o donde no se hacen preguntas), lleva a que grandes potentados elijan depositar allí sus fortunas. Y así se evitan legislaciones locales que implican impuestos.
Siempre habrá quien discuta los impuestos. Los argumentos para no pagarlos van desde el «total, para lo que sirven...» a «Me niego a financiar tal o cual cosa...» o la sensación de que uno siempre tiene que pagar de más. La verdad es que todos, personas e instituciones, tenemos que hacer un examen de conciencia y de responsabilidad. Porque los impuestos permiten la redistribución de la riqueza. Y la provisión de servicios públicos que de otro modo no serían atendidos. Por supuesto que podemos tener en la cabeza distintos modelos fiscales. Puede que haya quien cree que es mejor pocos impuestos y mucha iniciativa privada (y la solidaridad, entendida como filantropía). Otros pensarán que es mejor que haya muchos impuestos y sea el Estado quien, teniendo la visión global, determine a dónde van a parar. Hay quien querrá que todos paguemos lo mismo. O quien entenderán que lo progresivo (el que más tiene más porcentaje paga) es más justo en realidad. Hay quien discutirá aspectos concretos. Por ejemplo, ¿por qué edificios deberían las instituciones de la Iglesia pagar el IBI? Como se ve, son muchas cuestiones sobre las que decidir –para eso está la política–, y para eso hay distintos partidos que proponen distintas políticas fiscales.
Lo que no es de recibo es la falta de responsabilidad, la trampa, la evasión o el desinterés por el bien común (que es uno de los principios básicos de la Doctrina Social de la Iglesia). Porque eso es dejar todo el peso de lo público sobre la espalda de los más vulnerables. Ahora bien, quizás esta reflexión no debe ser solo para los más ricos, los que tienen fortunas descomunales y por eso pueden aprovechar los paraísos fiscales. Quizás cualquiera de nosotros, al hacer nuestras declaraciones, deberíamos pensar si buscamos subterfugios, si torcemos la ley o si optamos siempre por la lógica del «yo cuanto menos mejor».