Se abren las
puertas al ciclo litúrgico “A”.
Un ciclo
litúrgico abarca el tiempo de todo un curso que va desde el mes de Diciembre
hasta Diciembre del año siguiente. A lo largo de todo este curso se van
sucediendo unos tiempos especiales que nos invitan a los fieles creyentes, a
vivir, reflexionar y celebrar los misterios de nuestra salvación acaecidos en
la persona de Jesucristo.
EL ADVIENTO, con la solemnidad de
la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, es un tiempo de
cuatro semanas, de espera y de
preparación para la navidad en la que vivimos y celebramos de nuevo el
nacimiento del Dios hecho hombre nacido de la mujer inmaculada.
Luego llega
el tiempo de la cuaresma, cuarenta días
de penitencia oración y ayuno de profunda preparación para celebrar durante
cincuenta días la Pascua Cristiana o la pasión, muerte y resurrección de Cristo
salvador del mundo.
Con las
solemnidades de la Ascensión, Corpus Cristi, Pentecostés y la Santísima
Trinidad, se concluyen esos tiempos especiales del ciclo para dar paso y volver
de nuevo al Tiempo Ordinario.
La liturgia
del ciclo “A”, nos pone como base el
evangelio de San Mateo, que junto con los evangelios de San Marcos y San Lucas
llamados sipnóticos, pues tienen una estructura similar a diferencia del de San
Juan, nos ofrecen como tema fundamental “el
Reino de Dios o Reino de los Cielos”.
El reino de
los cielos en la predicación de Jesucristo es la instauración de la soberanía
divina mediante el reconocimiento del Dios que envía a su Hijo para salvar al
mundo. Por eso se le llama a este evangelio de San Mateo, el evangelio del
reino que ha trazado en el sermón de la montaña, con las Bienaventuranzas, el
programa del camino cristiano (Mt.
5,1-12).
Asimismo, el
Espíritu del reino nos implicará en hacer las obras de justicia (limosna, oración y ayuno) mirando solo
al Padre celestial. A este propósito el evangelio trae la oración “el Padre nuestro” (Mt.6, 9-13) como modelo de oración del cristiano.
El ciclo “A”,
pues, además de capacitarnos en la fe en el Señor, de conformarnos en una
comunidad cristiana, nos capacita, sobre todo, para vivir en la esperanza de
que las promesas que Cristo ha hecho con nosotros, se cumplirán.