+ Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:
-«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. »
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
Palabra de Dios
EN PASCUA DE RESURRECCIÓN
APRENDER DEL CORONAVIRUS A SER MÁS HUMANOS
En muy poco tiempo, los seres humanos estamos
tomando conciencia
de nuestra fragilidad. Hemos descubierto que
no sólo hay personas débiles. La
humanidad entera es débil. De pronto, la
pandemia del coronavirus nos revela
que la humanidad es una especie en peligro. En
pocos días nos vamos
haciendo más humildes y más inseguros. El
virus nos está obligando a pensar,
reflexionar y meditar.
En un mundo superpoblado en el que no nos
ponemos de acuerdo para
reaccionar ante el cambio climático, cuando la
naturaleza se va deteriorando,
cuando hay especies de animales que se van
extinguiendo... no es extraño que
los virus que también son parte del ecosistema
empiecen a reaccionar de modo
inesperado. Estos días se están difundiendo en
las redes sociales toda clase de
reflexiones. Ha tenido un fuerte eco lo que
sugiere la escritora brasileña
Eliane Brum: “El efecto de la pandemia es el
efecto concentrado y agudo de
lo que la crisis climática está produciendo ya
a un ritmo mucho más lento. Es
como si el virus nos hiciera una demostración
de lo que viviremos pronto”.
No se si será realmente así. En cualquier
caso, el virus no nos permite
engañarnos. Nuestra ingenuidad de que el mundo
lo controlamos los humanos
se ha disuelto en unos días. Hemos de cambiar
nuestro modo de vivir. El virus
nos está enseñando que todos pertenecemos a la
misma especie. Necesitamos
urgentemente aprender a vivir de manera más
solidaria buscando el bien
común de toda la humanidad.
El sistema que dirige el mundo en estos
momentos es inhumano:
conduce a una minoría de privilegiados a un
bienestar insensato y
deshumanizador, y arruina la vida de inmensas
mayorías de seres humanos
indefensos. Este sistema hace imposible el
consenso de los pueblos para poner
en el centro el objetivo del bien común de la
humanidad en una tierra que sea
la casa de todos.
También los cristianos hemos de reflexionar y
meditar para descubrir
cómo podemos contribuir a aprender a vivir de
manera más humana y
solidaria después de esta pandemia. Muchos
cristianos no conocen que la
aportación más importante de Jesús a este
mundo ha sido promover el
proyecto humanizador de Dios, lo que él
llamaba reino de Dios. Este proyecto
no es propiamente una religión. Va más allá de
las creencias, preceptos y ritos
de cualquier religión.
Según Jesús, el misterio último de la vida es
un Dios, Padre de todos.
La humanidad es sencillamente la familia de
todos su hijos e hijas. El único
objetivo del Padre aquí, en esta tierra, es ir
construyendo una familia donde
reine cada vez más la justicia, la igualdad,
la solidaridad. Este es el camino
para hacer un mundo cada vez más humano donde
todos podamos vivir con
dignidad. Y también el que nos permite a los
creyentes vivir con la esperanza
de conocer un día, más allá de la muerte, la
Plenitud de la vida para toda la
humanidad.
Creer en un Dios, Padre de todos, nos puede ayudar
en estos tiempos a
sentirnos no sólo miembros de la misma especie
sino hijas e hijos de una
única familia. El experimentar que todos somos
hermanos puede reforzar
nuestra capacidad de crecer en solidaridad. El
vivir en actitud de fraternidad
nos puede impulsar a buscar el bien común de
toda la humanidad, empezando
por los más pobres y necesitados. La gran
llamada de Jesús a los seres
humanos es esta: “Ante todo, buscad el reino
de Dios y su justicia, y todo lo
demás se os dará por añadidura” (Mateo 6,33).
Celebrar la resurrección de Jesús es abrimos a la energía vivificadora de Dios. El verdadero enemigo de la vida no es el sufrimiento sino la tristeza. Nos falta pasión por la vida y compasión por los que sufren. Y nos sobra apatía, compulsión hacia la propia felicidad y hedonismo barato que nos hace vivir sin disfrutar lo mejor de la existencia: el amor. La Pascua puede ser fuente y estímulo de una vida nueva.
José Antonio Pagola