Por Vicente Huerta
Sin libertad, no puede brotar el amor. No se puede decir nunca a nadie: te pido que me ames. El amor, o es libre en la persona, o no es amor. Por ello, siempre que uno cohíbe, rebaja, menosprecia, etc., la libertad del otro, él mismo es el causante de que éste otro no lo pueda amar. A los tiranos, por temor o a la fuerza, se les obedece. Pero nadie los quiere.
Muchas parejas, por el hecho de intentar dominar al otro, o bien de dominarse mutuamente, van marchitando y secando su antiguo amor. Pasa lo mismo entre padres e hijos, amigos, grupos de trabajo, etc. En último término, las contiendas del mundo tan trágicas de ordinario, son debidas a la opresión de las libertades.