Que a un cura, sobre todo si tiene ya cierta edad, se le
trate de «don» es algo habitual. Lo que no lo es tanto es que este tratamiento
vaya parejo con un diminutivo que rezuma complicidad como es Tucho. Así es como
le gusta que le llamen a Antonio Sineiro, el párroco de San Cipriano de
Vilanova, y así es como le llaman muchos de sus parroquianos, aunque algunos
todavía se resisten porque consideran que suena irrespetuoso y poco serio.

Don Tucho dice sentirse «apabullado» y tener ganas de volver a sus rutinas, aunque no por ello deja de estar «agradecido». «Eu son un home sinxelo», apunta, pero no es, ni mucho menos, un sacerdote corriente. Pese a haber cumplido ya 73 años, su curiosidad sigue intacta y no deja de reivindicar cambios en la Iglesia. No le duelen prendas al reconocer que algunos estamentos eclesiásticos están estancados. «Os curas acomodámonos e non nos renovamos. É necesaria unha revanxelización con novos métodos e meternos na realidade da vida». Quizá es por eso que lo que más trabaja y con lo que más disfruta es con el «mundo das relacións». Se relaciona en la iglesia, pero también en la calle -«se vexo a un neno sempre me gusta acercarme e dicirlle algo»- y hasta en los bares. «A igrexa é un templo pero as tabernas tamén poden ser templos onde evanxelizar».