Desde luego, no en la acción de los terroristas que mataban en su Nombre. Nada hay más ajeno al Dios verdadero que la destrucción de sus hijos y de sus criaturas. El Magisterio de la Iglesia recuerda que los musulmanes se dirigen al mismo Dios Padre que los cristianos. Y Dios es amor.
Tampoco estaba en los arrebatos de ira y de racismo visceral que estas acciones suelen hacer surgir hasta en personas de bien, aunque no lo exterioricen. El odio incrementa el odio, porque es el alimento del diablo. Y desde luego, no estaba de brazos cruzados mirando para otro lado, insensible a lo que les suceda a los hombres.
¿Dónde estaba Dios, entonces? ¿Es el mal una muestra de que no existe?
En absoluto. La noche del viernes, Dios estaba siendo asesinado por la libertad mal empleada. Dios fue hecho rehén y fue muerto. Fue degollado, tiroteado, graneado. Dios estaba consolando y compadeciendo (padeciendo con) a cada familiar y amigo afectado de lleno por los terroristas. Dios estaba gritando desgarradoramente silencioso en cada sagrario, llorando en el Sacramento para que los terroristas no atentasen. Dios estaba preso de su amor, que dio libertad a los hombres. Dios estaba, de nuevo, crucificado en el dolor.
Y estaba, y está, en el corazón de todos los hombres y mujeres que no desean devolver mal por mal. Que anhelan la paz y la justicia. Que desean que a los asesinos se les frene, no por sed de venganza, sino por deseo de concordia.