9 jul 2016

Educar en la realidad

Por Catherine L'Ecuyer
Publicado en Mente Sana, mayo 2015



 Los niños aprenden en contacto con la realidad, no con un bombardeo de estímulos externos perfectamente diseñado. Tocar la tierra húmeda o mordisquear y oler una fruta deja una huella en ellos que ninguna tecnología puede igualar. Acompañémoslos con nuestro ejemplo y atención.

Los niños nacen con asombro, con un deseo innato por conocer. ¿Y qué es lo que causa asombro? La belleza de la realidad. El cerebro humano está hecho para aprender en clave de realidad y los hechos nos indican que los niños aprenden a través de experiencias sensoriales concretas que no solamente les permiten comprender el mundo, sino también comprenderse a sí mismos. Todo lo que los niños tocan, huelen, oyen, ven y sienten deja una huella en su mente, en su alma, a través de la construcción de su memoria biográfica que pasa a formar parte de su sentido de identidad.

Los últimos estudios en neurociencia confirman que la memoria semántica (de conocimientos conceptuales: lo que nos dicen y nos explican) y la memoria biográfica (de los acontecimientos vividos a través de las experiencias sensoriales) no están diferenciadas en la infancia. Esta separación se irá produciendo a lo largo de la adolescencia, lo que nos indica que los niños no aprenden las cosas a través de explicaciones abstractas, sino que necesitan experiencias reales, vivencias y relaciones interpersonales en directo. Son esas experiencias las que les dejan huella. Por lo tanto, es fundamental que nos preguntemos qué tipo de experiencias estamos dando a nuestros hijos. Durante muchos años, hemos hablado de la importancia de la estimulación temprana en el sistema educativo: bits de inteligencia, circuitos de psicomotricidad para “estimular” el movimiento... Todo ello para garantizar que nuestros hijos sean “superinteligentes”, quizá incluso unos genios. Ahora, recurrimos al uso de iPads para “estimular” su inteligencia a través de aplicaciones que llevan las riendas ante la mirada pasiva de nuestros hijos. O aprenden idiomas a través del DVD y se familiarizan con los animales con fichas que pintan en clase sin salirse de la raya.
 
Es preciso un cambio de paradigma. ¿En qué ha de consistir? En primer lugar, hemos de re-descubrir la realidad cotidiana como un lugar de aprendizaje “natural”. La granja, el mercado, las calles, el río... Nuestros hijos han de ver su sombra, sentir la lluvia, oler el bosque, probar la sal y la pimienta; aprender los colores a partir de la realidad (el rojo de una manzana, el gris del asfalto, el azul del cielo), no de las fichas del colegio. Han de poder llenar una hoja en blanco, no limitarse a pintar “dentro de las líneas”.

También hemos de convencernos de que los niños aprenden a través de “lo humano”, no de la realidad virtual. Por ejemplo, para aprender un idioma, los niños necesitan escucharlo de los labios de una persona que les quiera (su principal cuidador). De hecho, los estudios confirman que los niños pequeños no aprenden idiomas con CD ni DVD y que esos medios pueden contribuir, incluso, a la reducción de su vocabulario. Es más, algunos estudios confirman que existe un déficit de aprendizaje cuando un niño pequeño aprende a través de la pantalla en vez de “en directo”.


En tercer lugar, no hay que olvidar que los niños aprenden a partir del ejemplo, no de los discursos. Los padres transmiten las virtudes que encarnan con sus propias vidas, no las que detallan con largas explicaciones. Si les decimos que dejen de gritar, pero se lo decimos gritando, nuestras palabras pierden sentido. Susurrando conseguiríamos mejores resultados.

Finalmente, las criaturas calibran la realidad a través de nuestra mirada. Por eso decimos que los niños “lo ven todo”. Su sensibilidad les hace percibir nuestros estados de ánimo, que hacen suyos sin filtros. Por ejemplo, ¿qué hace un niño cuando escucha una palabrota en la frutería? Enseguida nos mira, pendiente de nuestra reacción. Si nos reímos, el niño se reirá. Si nos indignamos, se indignará. Y si le decimos que eso no se hace pero que esa persona se despistó, hará suya esa conclusión. Una gran parte de nuestro trabajo como educadores se realiza con la mirada, porque nuestros niños van construyendo su personalidad y su actitud ante la vida a través de esas miradas. Como reza el dicho, “quien no entiende una mirada, tampoco entenderá una larga explicación”. En ese sentido, la sensibilidad que los niños tienen para interpretarlas es clave.


En definitiva, hemos de cuidar de forma muy especial la experiencia sensorial (oír, ver, tocar, oler...) que tienen nuestros hijos durante la infancia. En lugar de apoyarnos en el mundo virtual, hemos de esforzarnos para que consoliden su vínculo de apego con nosotros y con sus maestros. En vez de optar por ofrecerles una gran cantidad de estímulos, hemos de apostar por la belleza de las experiencias que les estamos regalando, porque el aprendizaje verdadero ocurre cuando un niño es capaz de sentir las realidades sencillas que le rodean y deslumbrarse ante ellas.

Las ideas de este artículo están desarrolladas más a fondo en el libro Educar en la realidad (2ª ed., Plataforma).