28 ago 2016

No eches a perder tus relaciones personales por culpa de sospechas ridículas

La mutua confianza es una de las manifestaciones más sublimes de la caridad. Si la primera cualidad del amor es el entendimiento mutuo, la cualidad principal de ese entendimiento es la confianza de unos en otros, porque la caridad se niega a pensar mal. Dice san Pablo: «La caridad es paciente, la caridad es amable… no se alegra por la injusticia…; todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta».
Ser suspicaz, por el contrario, consiste en suponer —sin fundamento suficiente, o bien fundándose en falsas conjeturas— la mala intención de determinada línea de conducta de otra persona. De alguna manera, el suspicaz da por hecho que todo el mundo debe ser considerado culpable mientras no se demuestre su inocencia. Y, lo que es aún peor, se siente siempre obligado a manifestar sus sospechas con la esperanza de que los demás las compartan.
Son muchos los que echan a perder sus relaciones personales por culpa de sospechas ridículas, como las que algunos esposos alimentan constantemente acerca de sus esposas, y viceversa; o como los padres que, sin una razón suficiente, recelan de sus hijos; o como el que sospecha que sus amigos hablan de él a sus espaldas o se valen de su amistad para satisfacer algún interés personal.
La desconfianza injustificada causa profundas heridas. Si subestimas la calidad moral de otro, si dudas de sus propósitos, si restas cualidades a su carácter, si malinterpretas sus intenciones o falseas su inocencia con sospechas y acusaciones infundadas, lo sometes a una de las pruebas más amargas de esta vida. Fue una prueba como esta la que hizo que el Corazón del Cordero de Dios se encogiera de angustia en el Huerto de Getsemaní. Todo el relato del Viernes Santo se resume en las falsas sospechas.

La desconfianza lleva a la perdición. Es una fuerza que arrastra al abismo cuando no está justificada, pero también cuando existe un fundamento. Hay ocasiones en que el hombre que se sabe sospechoso de un pecado experimenta el deseo de cometerlo realmente y, de ese modo, avanza un paso más en su caída.
La suspicacia no solo destruye las relaciones de amistad y todos los placeres de la vida en sociedad: también hace prácticamente imposible la paz del corazón. San Benito dice que el hombre suspicaz no conoce descanso. La sospecha nos arrebata tanto la paz interior como el sosiego exterior. Al hombre suspicaz, inmerso siempre en un conflicto interminable, no lo quiere nadie, no se gana la confianza de nadie. Este rasgo del carácter convierte a muchas personas en amigos y conocidos sumamente ingratos.