27 sept 2016

Carta de un emigrante

Por motivos que no vienen a lugar tengo que someterme a la experiencia de emigrar, salir de mi casa, mi país y dejar a todos los seres queridos detrás, la sensación de incertidumbre, de soledad permea lo más profundo de tu ser y genera un sentimiento de desesperación mezclado con melancolía que llevan a uno al borde de la depresión y entonces… Entro a la Iglesia y, aunque en otro idioma, la misma misa, el mismo Jesús presente en el altar, recuerdo que la Iglesia es mi casa, que Jesús es el mismo ayer, hoy, siempre y en cualquier lugar, que no importa donde esté geográficamente, mi familia y yo estamos sentados en la misma mesa y compartiendo el mismo pan, Jesús pan de vida, Jesús Eucaristía, el pan de la unidad, el pan de Dios, la cena que trasciende tiempo y espacio y me lleva a la pascua junto a los apóstoles, junto a todos los santos y a todas las personas que en algún momento de su vida participaron de una misa, me uno a la Iglesia celestial, a la Iglesia purgante y al resto de la Iglesia peregrina ya que somos una sola gran Iglesia unida en Cristo Jesús.
Comulgo y esta verdad de Fe me conforta, me doy cuenta que solo soy un peregrino, que mi vida y mi suerte están en manos de mi Señor, me lleno de certeza, de determinación, de abandono a mi amado Cristo, que me lo ha dado todo, al que me ama y me acepta como soy, con mis virtudes y defectos, al que no me pide nada para amarme, para quien soy más que suficiente para entregarme todo su ser y su amor, al que no tengo forma de como pagarle todo lo que ha hecho y hace por mi sin importar cuan ingrato soy en algunos momentos.
De repente me doy cuenta que no estoy solo, que Él va conmigo, de repente me doy cuenta que tengo un hogar: su Iglesia, de repente me doy cuenta que no necesito más, de repente la incertidumbre se va, se va la desesperación, la melancolia y el sentimiento de no ser suficiente, de no ser capaz, de repente me doy cuenta que… "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece". ( Fil 4:13)