17 feb 2017

El control de la vista, del oído y del tacto, garantiza la propia libertad de decisión




El desarrollo de los sentidos forma parte del crecimiento humano: aprender a observar a una hormiga que transporta una miga de pan más grande que ella; contemplar una puesta de sol sobre el mar; aspirar el perfume de una rosa o el olor de un caramelo; saborear un trozo de chocolate; asombrarse ante el sabor de una aceituna; escuchar una voz agradable, el viento que pone en movimiento las hojas de los árboles, el sonido de las campanas, una sonata de Chopin, el ruido del agua que discurre sobre los guijarros; tocar la seda, el terciopelo, una piedra lisa; estrechar a un hijo entre los brazos… 

Los sentidos están hechos para vivir, para amar, para maravillarse ante la bondad de Dios. Algo distinto es la concupiscencia, la esclavitud de la sensualidad.
El control de la vista, del oído y del tacto, garantiza la propia libertad de decisión sin dejarse dominar por un deseo irresistible.


 El tacto encadena fácilmente al hombre. Sin caer en la mojigatería, es preciso reconocer que la práctica de besar a todo el mundo, no importa a quién, además de forzada, banaliza las relaciones interpersonales. «Quien mucho abarca, poco aprieta». Y, ¿qué decir de la huida de las ocasiones en los terrenos del oído y de la vista?

De la página web tan_gente  (Un empeño en transmitir la alegría del evangelio)
https://rsanzcarrera.wordpress.com/