La voracidad no respeta el ser de las cosas: se lo traga. Es exactamente la tendencia opuesta a la mentalidad contemplativa, que consiste en disfrutar de la belleza poniéndose ante las cosas, guardando una distancia, sin ánimo de comérsela o de apoderarse de ellas. Hay quien sólo disfruta de un árbol, de una casa, o de un mueble, cuando son suyos y en la medida en que son suyos. Hay, en cambio, quien disfruta de un árbol, de una casa o de un mueble porque aprecia su belleza y su gracia, sin considerar si son o no de su propiedad. En el primer caso, no se aprecia realmente a las cosas sino a uno mismo como dueño de ellas; en el segundo, en cambio, se reconoce la dignidad de las cosas.
Tres modos de poseer las cosas
Necesitamos cosas; necesitamos utilizarlas para vivir; y necesitamos almacenarlas para garantizar el futuro; además, nos gusta rodearnos de cosas amables y cómodas para componer nuestro hábitat, el lugar de nuestro descanso. Un mínimo buen gusto a nuestro alrededor, eleva nuestro espíritu y nos ayuda a vivir como hombres. Pero caben diversas relaciones con las cosas que poseemos. Hay un modo de poseer que desprecia las cosas, hay otro modo de poseer que aprecia las cosas y, finalmente, hay un modo de poseer que, en realidad, consiste en ser poseído por las cosas.
El aprecio de las cosas
¿En qué consiste respetar las cosas? Primero en darse cuenta de su dignidad. Para respetar las cosas se requiere cierta distancia y perspectiva: hay que poderlas contemplar: superar una mirada puramente utilitaria y descubrir que son cosas, antes que instrumentos. En esta observación, que es obvia, se encierra toda una filosofía. Es lo más contrario a la deshumanización de las cosas en serie, sin respeto ninguno.
Respetar las cosas quiere decir, antes que nada, tratarlas de acuerdo con lo que son: respetar su modo de ser; y, en el caso de los instrumentos, de las cosas creadas por el hombre para su servicio (objetos, herramientas, etc.), utilizarlas para lo que sirven. Respetar las cosas es también cuidar las que se usan: procurar que estén en buen estado y con una apariencia digna: la casa, las herramientas, los coches, los muebles, la ropa, etcétera. Y cuando una cosa se estropea, repararla pronto. Así se conservan dignamente. Además, se evita el despilfarro, se aprovechan los recursos, se limita la producción de desechos, etc.
De muy antiguo viene en Europa el dicho de que tirar el pan a la basura es pecado. Quizá no sea pecado, pero puede ser un gesto de falta de sensibilidad tirarlo, sobre todo cuando es sabido que, permanentemente, hay lugares en el mundo donde se padece un hambre que mata. El pan tiene su dignidad. El hecho de que las sociedades desarrolladas sean capaces de fabricarlo en cantidades industriales, y el que sea muy barato, no se la quita: no debe ir a la basura. Y lo mismo se podría decir de tantas otras cosas.
J.L. Lorda en "Moral. El arte de vivir" Del Blog serpersona.info