Mi método va mucho más allá del manual de supervivencia: no piense en divertirse, no se esfuerce en descansar y, sobre todo, no veranee. Concentrarse en divertirse es una paradoja etimológica y existencial que conduce a la neurosis. Esforzarse en descansar es una contradicción. Veranear convierte un sustantivo tan evocativo como el verano en un verbo activo, con lo que exige eso.
No veranear por amor a los veranos. ¿Cómo se hace? Veraneando todo el año, empalmando veranos. Hay que desprenderse de inmediato de la angustia que el veraneo impone. Desactive la cuenta atrás, que es la auténtica bomba de relojería —tic-tac— de los veraneantes. Convénzase: no son las vacaciones las que interrumpen los días laborales, sino el trabajo el que da un breve respiro a nuestra intensa vida de rentistas epicúreos. Hay que mirar el año como si fuese un tablero de ajedrez, fijamente, hasta que deje de ser unos cuadrados blancos desperdigados sobre un fondo muy negro y se convierta en un inmaculado fondo blanco, como de arena de playa, con algunos cuadrados negros de días de trabajo por aquí y por allí para romper la monotonía (y ganar un sueldo (y santificarse)).