Y la guerra estalló, como estallan todas las guerras: sin que nadie fuese verdaderamente consciente de la pesadilla que iba a comenzar. Una amenaza siguió a otra. Una provocación a otra provocación. A un lado Francia, Inglaterra, Rusia, Estados Unidos e Italia. Al otro lado el Imperio Otomano, el Imperio Astrohúngaro y Alemania. Los voluntarios se alistaban en masa. Los centros de reclutamiento estaban saturados. Los soldados principiantes y veteranos marchaban al frente felices. Orgullosos de poder defender a su país. Nadie pensaba que la guerra duraría más de unas pocas semanas. Meses, quizás. Todo era optimismo, patriotismo, iban a hacer historia. Pero lo que prometía ser un paseo militar se convirtió en una carnicería de más de cuatro años con 17 millones de muertos y 20 millones de heridos.