Cuando la fumata fue blanca, una tarde de hace cinco años, hubo algo de respirar con tranquilidad. La intensidad vivida hasta entonces iba a calmarse, sin duda. Ahora volvería la normalidad a la Iglesia con un nuevo papa listo para gobernarla y acompañarla. Y, sin embargo, la sorpresa siguió con nosotros ¡El primer papa americano! ¡El primer jesuita papa! ¡El primero en llamarse Francisco! En seguida el nuevo papa nos dejó claro que estábamos al inicio de un nuevo modo de situarse y de hacer.
Francisco, en estos seis años como papa, nos ha situado ante la necesidad de afrontar las situaciones antes que ofrecernos soluciones. Nos ha invitado a mirar cara a cara los problemas, dificultades y logros de la Iglesia, para nombrarlos y situarlos y desde ahí vivir y caminar en verdad como cristianos, con un rumbo claro que nos ayude en los tambaleos de la complejidad de nuestro mundo actual. Francisco nos ha llamado insistentemente, y sigue haciéndolo, a mirar compasivamente hacia las periferias, para hacer conscientes de lo que el mundo nos pide, adónde somos llamados.
Algunos reprochan al papa las promesas incumplidas, quizás porque olvidan que no hay promesas ni programas a cumplir en las palabras de Francisco. Tampoco un manual de instrucciones. Al contrario, es constante su invitación a meternos en el barro y trabajar sin esperar que las soluciones vengan dadas desde Roma, del Papa y la Curia, haciendo cada uno de nosotros el anuncio valiente, exigente y explícito del Evangelio que la sociedad demanda.
Quizás sea este el mejor ejemplo de estos seis años de papado, el recordarnos que no hay soluciones de manual, ni procedimientos estándar, que tenemos que afrontar día a día la realidad de este mundo en el que Dios está presente, metiéndonos de lleno en su complejidad para avanzar hacia la construcción del Reino.