Cuántas veces nos pasa que empezamos una conversación normal con un conocido y, sin saber muy bien cómo, acabamos criticando a algún amigo, un familiar, compañeros de trabajo o de comunidad. Lo peor es que lo justificamos diciendo que es un desahogo o que, si es verdad lo que se dice, no hay ningún problema. Al terminar ese tipo de conversaciones, puede que hasta nos hayamos reído, pero nos deja un poso de tristeza. 'Morboasco' es el nombre que una amiga utiliza para hablar del sentimiento que queda después de despotricar.
Partimos de la base de que el espíritu crítico es positivo. Gracias a él, los grupos evolucionan y se adaptan a las novedades. Incluso espiritualmente es positivo, pues obliga a preguntarse constantemente por la voluntad de Dios, a evitar una comodidad que acabe en una paz falseada, y a luchar contra el mal o la injusticia. En la Biblia, encontramos en profetas como Moisés, Eliseo o Jeremías, y en el mismo Jesús, actitudes que hoy llamaríamos críticas o negativas. La vida de Jesús estuvo marcada por el amor a los demás, pero eso no le impidió ser muy crítico, por ejemplo, con el templo o los fariseos.
Quien invoca el espíritu crítico debe ser cuidadoso si no quiere convertirse en un criticón que destruye la unidad y se fija solo en lo malo. ¿Cuál es, entonces, la forma de mantener el equilibrio y hacer críticas constructivas? Pienso que hay tres criterios fundamentales que nos pueden ayudar. El primero, que sea verdad y esté contrastado; porque si es algo «que hemos oído por ahí» o si es mentira, difamamos y violamos el derecho al honor de las personas. Aquí es importante distinguir un juicio sobre el trabajo de una persona, que es legítimo, y un juicio sobre la calidad moral de esa persona, que casi nunca lo es. El segundo, que sea público y pensemos si a la persona que escucha le aporta algo; porque si no es público y no aporta nada, revelamos secretos que deben seguir siéndolo y fomentamos actitudes morbosas. Por último, y es el más importante para los cristianos, que la crítica vaya envuelta de amor a la persona y de una genuina búsqueda de la Verdad y el bien para ella y para el grupo. Para asegurarnos, será clave hablar primero con la persona implicada y después con la autoridad que pueda intervenir.
Pensar que Dios solo inspira sentimientos positivos es ingenuo, puesto que los negativos pueden convertirse en el inicio de una conversión. Solo con una actitud de finura espiritual y escucha atenta a la voluntad de Dios podremos caminar con un espíritu crítico que, tanto individual como grupalmente, nos lleve hacia la Verdad que, desde el amor, nos hace libres.