Querido Dios:
Otro año se ha ido… parece que cada año pasa más rápido que el anterior ¡y aquí seguimos! Con casi las mismas preguntas, pero la respuesta revelándose poco a poco. Así pues, me contento con compartir qué he aprendido a lo largo de 2019.
En primer lugar, me has enseñado que, precisamente ese poco tiempo y el hecho de que cada vez pase más rápido, es lo que da perspectiva a las preguntas que nos hacemos y el que nos hace querer encontrar nuestros grandes deseos. Poco a poco (no sin dificultades, como bien sabes) he ido viendo que Tú y tu Evangelio sois uno de ellos.
He podido sentir esa llamada que haces a todo aquel que pueda oír a proclamarte y anunciarte desde el día a día, de la manera que mejor sepamos. En mi caso es así, escribiendo sobre Ti, pues para algo nos has dado los talentos: para usarlos. Como bien sabes, a veces no sé sobre qué escribir y no me salen las palabras adecuadas, pero como te encargas de decirme a través de las personas de mi alrededor, no se trata de inventarse nada nuevo, sino de recordar lo ya sabido. «Tú escribe y ya», me dices una y otra vez.
También, Señor, sabes que he aprendido sobre el amor a lo largo de este año. He experimentado que existe una libertad tremenda en escoger amar a una persona, a pesar de los conflictos y los problemas que, seguro, surgirán. Tú nos has dado la clave para eso: el perdón (el de verdad, el que se pide con intención y el que se otorga en forma de reconciliación) limpia las heridas que crean la ofensa o el reproche. La Buena Noticia que me has traído este año es que todo esto es auténtico amor, a Tu Modo.
Empiezo a entender que amar a una persona no es buscar cómo encajarla en tu vida o buscar una lista de cualidades concretas. Eso poco tiene que ver con amar a otro y mucho con buscarse a uno mismo. El amor es una historia que se construye y que se adapta a las siempre cambiantes circunstancias de la vida. Es aprender a acoger las debilidades de otro, sin obviar las propias, recordando los motivos y soñando un futuro donde estáis juntos. Al fin y al cabo, esa es tu historia de amor con nosotros, ¿cómo no ibas a desear que viviéramos lo mismo?
Gracias por darnos la alegría del amor, ése que acoge y sana y encuentra un refugio, un piso franco, donde poder ser más nosotros que nunca, con todas nuestras contradicciones, luces y sombras.
Gracias, Señor, por enseñarme todo esto este año. Son pocas cosas, pero creo que son acertadas. No te desilusiones, alguna más he aprendido, pero estas son las que han pasado por mi cabeza y se han instalado en mi corazón, espero que para siempre. Permíteme en este 2020 aprender un poquito más y seguir compartiéndolo con otros.
Gracias. Con mucho amor,