"Sabemos, además, que todo contribuye al bien de los que aman a Dios, de los que él ha llamado según sus designios. Porque a los que conoció de antemano los destino también desde el principio a reproducir la imagen de su Hijo, llamado a ser el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que desde el principio destinó, también los llamó; a los que llamó los puso en camino de salvación; y a quienes puso en camino de salvación les comunicó su gloria". (Romanos 8,28-30).
En el ser humano hay una existencia escondida; el designio divino de su deificación en Cristo. Cinco verbos recalcan el admirable proyecto del Altísimo: conocer, predestinar, llamar, justificar y glorificar.
El primero expresa una relación de tipo existencial: ¿qué vínculo media entre el Creador y la criatura? Se trata de un “conocimiento” fundado en una predilección de amor.
El segundo le asigna a Dios la primacía en la iniciativa de esta elección y apunta al objetivo final, correlativo con el origen por su aprobación. Este "destino" manifestado a priori no reduce la libertad humana, ya que conserva totalmente la facultad de adherirse o no al proyecto divino.
El tercer verbo implica la vocación que se manifiesta en el corazón del hombre. Dios se dirige directamente al interior del ser humano. La libertad de la persona, desde dentro, agita el proceso de deificación en colaboración con la gracia divina.
El cuarto verbo formula con un término jurídico el concepto de recibir cuanto es debido pero con creces, más allá del derecho. Un Dios que es amor ejerce un dominio único sobre la creación: la vida. Referido al hombre, esto se traduce en benevolencia profunda: misericordia.
Se entra así en el sentido pleno del quinto verbo: glorificar. Más que un deber del hombre, reconocer y proclamar la gloria de Dios forma parte de su llamada. La alabanza de su gloria es que el hombre viva para siempre como imagen de la santidad que adquirió desde el principio.