27 ene 2011

CONTEMPLAMOS A MARÍA DE NAZARET

LA MUJER DEL ESPÍRITU A FLOR DE PIEL

Desde el descubrimiento de mi vocación todo cambió ante mis ojos
que se me abrieron con una extraña lucidez.
Me sabía una humilde servidora de Dios y al tiempo podía contemplar
como Él iba haciendo en mí maravillas.


Fui asumiendo el dolor de no ver claro muchas veces los comos
de mi fidelidad a su llamada, los extraños y peligrosos caminos de Jesús.
La fe me supuso, en muchas ocasiones, la capacidad para acoger las dudas,
las noches, el no saber, no entender y el no poder.
Cultivé una mirada descentrada, limpia, virgen en su posesividad,
sin prejuicios ni tópicos discriminatorios tan frecuentes en mi pueblo.
Aprendía de Jesús que en la necesidad de los otros me esperaba Dios.
Pero fue en Jerusalén donde mis ojos se me nublaron cargados de tristeza
 y llanto incontenible: ahí, ante mí, estaban asesinando a mi hijo.
No quería mirar y, al tiempo, no podía apartar mi mirada de ese espanto
que se me ofrecía a la vista.
 Miraba consternada y angustiada y, en ese momento, se me concedió el don
de contemplar el rostro dolorido e impotente de mi Dios y su Dios ¡¡Abba!.
Entonces se me abrieron los ojos para comprender que el amor sólo puede amar en la debilidad,
con la pobreza del propio amor que no puede imponerse por la fuerza
que destruye la libertad humana.
 Así tuve fuerzas para mantenerme en pie ante su dolor.
Te invito a que dejes alcanzar tus oscuridades,
tus dudas, tus inseguridades, miedos y dolores por la Palabra de Dios…