La vida consiste en un aprendizaje continuo. Una de las piedras angulares de la educación es tener conciencia de las propias limitaciones. La cultura abarca muchos campos, que se abren en abanico en distintos terrenos. Vengo observando desde hace un cierto tiempo un fenómeno que me llama poderosamente la atención: la falta de madurez afectiva en hombres jóvenes, que van de los veintitantos años largos en adelante, que no saben gestionar de forma sana el mundo de las emociones.
La educación sentimental es una pieza clave de la cultura. Difícilmente una persona podrá alcanzar una adecuado desarrollo psicológico si no sabe educar y enfocar de forma sana los sentimientos. Vivimos en una época de intensa incultura afectiva en el hombre (que no en la mujer), que se manifiesta de modos muy diversos: infidelidad de muchas parejas, consumo de sucedáneos sentimentaloides, amores ficticios, relaciones frágiles que se rompen y se recomponen y se vuelven a romper, rupturas traumáticas, amores eólicos y mucho desamor en nuestro entorno.
Los sentimientos son una base importante de nuestra existencia. Nuestra primera aproximación a la realidad es afectiva: esto no me gusta, aquello no me cae bien, me dio mala impresión… son frases que decimos en el lenguaje coloquial. Tengo que hacer la siguiente afirmación antes de seguir adelante: la mujer sabe mucho más de la afectividad que el hombre, conoce ese campo, lo cultiva y lo sabe expresar de forma más clara y eficaz. El hombre está en otros temas (la actualidad política y/o económica, su trabajo profesional, lo deportivo y un largo etcétera), de tal manera que se ha ido produciendo en los últimos años una marcada socializa ción de la in madurez sentimental del hombre, que es casi un escándalo en la falda de este siglo XXI, hombres que solo quieren pasar el rato con una mujer, divertirse, pero que huyen ante cualquier cosa que huela a compromiso.