Siempre que vengo a Villanueva de Arosa y el aroma de
la Ría me acoge con la suavidad de la caricia cercana, entra en mi la
satisfacción del acierto, y el sosiego del mar serena mi nerviosismo originado
por el viaje largo, hasta aquí, desde mi Palencia del alma, tan lejos y tan a
mano, cuando se trata de buscar amigos. Yo no los busco. Ya los tengo aquí.
Villanueva
de Arosa es un lugar donde se respira calma y se bebe mar hasta que los ojos
abarcan la totalidad del paisaje hermoso. Es un rincón de las Rías Bajas donde
se acurruca la paz y se expande el corazón con vuelo de gaviotas entrenadas. Es
el abrigo de las brisas dulces y las olas nuevas, que avanzan por la arena
hasta la altura de las frentes sudorosas. Porque en Villanueva de Arosa el
trabajo enternece la piel de las bateas; endurece la arcilla de las manos
creadoras; sube la pasión de los sueños ondulados, y pasan por las calles del
silencio las nubes grises y las sombras envueltas en llovizna remansada.
Aquí se
vive en compañía del misterio con la naturalidad de las formas comunes: aires
limpios; lluvia intermitente; olor a mar a rachas de brisas estrelladas;
horizontes cayendo sobre la Ría y los pinares; gentes bulliciosas y entregadas
al mar para el provecho de las horas largas.
Por
ejemplo, este año, todo gravita sobre el eje de la ternura y misericordia de
Dios Padre. Don Antonio es el Párroco. Sabe de Catequesis más que el hombre de
mar sabe de las noches batiéndose con las olas y sus ventajas. Y, claro, nos ha
metido en el surco del amor y del perdón, como quien deja con mimo la semilla
en el surco o saca lentamente la barca del torbellino de la tormenta. Este año, he compartido con vosotros la dicha
de hablar y pensar sobre temas que trascienden lo humano y nos llevan a las
puertas mismas del amor de Dios hecho hombre por nosotros, y de la ternura de una
Madre que se une al Hijo para salvarnos del mal. Y esto, que no es nuevo en
nuestro lenguaje, sí lo es en la nueva manera de presentarlo ante nuestra
consideración de la mano del Papa Francisco
¡Qué
suerte tengo de contar con amigos así! De verdad que no me siento extraño.
También es verdad que en la casa de Dios cabemos todos. Pero lo que vivo aquí,
son experiencias que no se borran de mi mente y me las llevo como el mejor
regalo y la mejor memoria de una tierra hermosa, que huele a mar, a sosiego y a gentes buenas que luchan cada
día por recrear cuanto Dios ha puesto en sus riberas.
Elpidio
Ruiz Herrero. Vilanova de Arousa. Primavera de 2016