Las palabras contenidas en sus cartas han ido más allá de las comunidades que él mismo fundó y que se preocupó en alentar: Éfeso, Roma, Corinto…. En ellas le reconocemos a veces tierno, a veces severo, siempre libre. Podemos identificarnos con su humanidad pues se nos muestra débil y limitado, a veces imperfecto, sufre, padece la enfermedad, la incomprensión de los suyos, persecuciones, es maltratado… pero su sabiduría y confianza en Jesucristo, su brillo, han traspasado los límites temporales. Cuando escuchamos sus palabras podemos sentir que se dirige también a nuestras comunidades, a nuestros grupos, a nosotros mismos…
Pablo,
fariseo y ciudadano romano por su nacimiento en Tarso. Educado en la
más severa tradición judía, por su fidelidad a la misma, es llamado a
perseguir a quien pueda apartar a su pueblo de la ley de Moisés,
incluidos los nazarenos.
Camino de Damasco Jesús sale a su encuentro, la luz de su
rostro, sus palabras, su entrega sin límites fulmina lo que hasta ese
momento había sido Pablo. Esa revelación le ciega, le derriba, se siente
paralizado, solo sus fuerzas ya no bastan para continuar. Lo que había
sido su vida hasta ese momento cae derrotada. En Damasco es visitado
por Ananías y Saulo desde ahora será Pablo, inicia un nuevo camino. Al
principio a tientas, para después ir cobrando brío en su interior. Siente
que ya no es él, que es Cristo quien vive en él, y él vive para Cristo. Desde
entonces siempre estará en camino, siempre afanado en propagar la
buena noticia, en llevar la alegría que nace de la Resurrección de Jesús a
todos los hombres, sean judíos, paganos o gentiles.
“…Vosotros sois mi carta escrita en vuestros corazones, carta abierta y leída por todo el mundo. Se os nota que sois carta de Cristo y que fui yo el amanuense; no está escrita con tinta sino con Espíritu de Dios vivo. No en tablas de piedra sino en tablas de carne, en el corazón. Esta es la clase de confianza que sentimos ante Dios gracias al Mesías. No es que de por sí uno tenga aptitudes para poder apuntarse algo como propio. La aptitud nos la ha dado Dios, fue Él que nos hizo aptos para el servicio de una nueva alianza no de un código sino de espíritu porque el código da muerte mientras el espíritu da vida.” (2 Cor. 3, 2-6).
Señor dame la gracia de desear sentir como Pablo:
“No vivo yo, es Cristo quien vive en mí”