Por Catherine L'Ecuyer
Publicado en Mente Sana, mayo 2015
Los niños nacen
con asombro, con un deseo innato por conocer. ¿Y qué es lo que causa asombro?
La belleza de la realidad. El cerebro humano está hecho para aprender en clave
de realidad y los hechos nos indican que los niños aprenden a través de
experiencias sensoriales concretas que no solamente les permiten comprender el
mundo, sino también comprenderse a sí mismos. Todo lo que los niños tocan,
huelen, oyen, ven y sienten deja una huella en su mente, en su alma, a través
de la construcción de su memoria biográfica que pasa a formar parte de su
sentido de identidad.
Los últimos
estudios en neurociencia confirman que la memoria semántica (de conocimientos
conceptuales: lo que nos dicen y nos explican) y la memoria biográfica (de los
acontecimientos vividos a través de las experiencias sensoriales) no están
diferenciadas en la infancia. Esta separación se irá produciendo a lo largo de
la adolescencia, lo que nos indica que los niños no aprenden las cosas a través
de explicaciones abstractas, sino que necesitan experiencias reales, vivencias
y relaciones interpersonales en directo. Son esas experiencias las que les
dejan huella. Por lo tanto, es fundamental que nos preguntemos qué tipo de
experiencias estamos dando a nuestros hijos. Durante muchos años, hemos hablado
de la importancia de la estimulación temprana en el sistema educativo: bits de
inteligencia, circuitos de psicomotricidad para “estimular” el movimiento...
Todo ello para garantizar que nuestros hijos sean “superinteligentes”, quizá
incluso unos genios. Ahora, recurrimos al uso de iPads para “estimular” su
inteligencia a través de aplicaciones que llevan las riendas ante la mirada
pasiva de nuestros hijos. O aprenden idiomas a través del DVD y se familiarizan
con los animales con fichas que pintan en clase sin salirse de la raya.
Es preciso un
cambio de paradigma. ¿En qué ha de consistir? En primer lugar, hemos de
re-descubrir la realidad cotidiana como un lugar de aprendizaje “natural”. La
granja, el mercado, las calles, el río... Nuestros hijos han de ver su sombra,
sentir la lluvia, oler el bosque, probar la sal y la pimienta; aprender los
colores a partir de la realidad (el rojo de una manzana, el gris del asfalto,
el azul del cielo), no de las fichas del colegio. Han de poder llenar una hoja
en blanco, no limitarse a pintar “dentro de las líneas”.
También hemos de
convencernos de que los niños aprenden a través de “lo humano”, no de la
realidad virtual. Por ejemplo, para aprender un idioma, los niños necesitan
escucharlo de los labios de una persona que les quiera (su principal cuidador).
De hecho, los estudios confirman que los niños pequeños no aprenden idiomas con
CD ni DVD y que esos medios pueden contribuir, incluso, a la reducción de su
vocabulario. Es más, algunos estudios confirman que existe un déficit de
aprendizaje cuando un niño pequeño aprende a través de la pantalla en vez de
“en directo”.
En tercer lugar,
no hay que olvidar que los niños aprenden a partir del ejemplo, no de los
discursos. Los padres transmiten las virtudes que encarnan con sus propias
vidas, no las que detallan con largas explicaciones. Si les decimos que dejen
de gritar, pero se lo decimos gritando, nuestras palabras pierden sentido.
Susurrando conseguiríamos mejores resultados.
Finalmente, las
criaturas calibran la realidad a través de nuestra mirada. Por eso decimos que
los niños “lo ven todo”. Su sensibilidad les hace percibir nuestros estados de
ánimo, que hacen suyos sin filtros. Por ejemplo, ¿qué hace un niño cuando
escucha una palabrota en la frutería? Enseguida nos mira, pendiente de nuestra
reacción. Si nos reímos, el niño se reirá. Si nos indignamos, se indignará. Y
si le decimos que eso no se hace pero que esa persona se despistó, hará suya
esa conclusión. Una gran parte de nuestro trabajo como educadores se realiza
con la mirada, porque nuestros niños van construyendo su personalidad y su actitud
ante la vida a través de esas miradas. Como reza el dicho, “quien no entiende
una mirada, tampoco entenderá una larga explicación”. En ese sentido, la
sensibilidad que los niños tienen para interpretarlas es clave.
En definitiva,
hemos de cuidar de forma muy especial la experiencia sensorial (oír, ver,
tocar, oler...) que tienen nuestros hijos durante la infancia. En lugar de
apoyarnos en el mundo virtual, hemos de esforzarnos para que consoliden su
vínculo de apego con nosotros y con sus maestros. En vez de optar por
ofrecerles una gran cantidad de estímulos, hemos de apostar por la belleza de
las experiencias que les estamos regalando, porque el aprendizaje verdadero
ocurre cuando un niño es capaz de sentir las realidades sencillas que le rodean
y deslumbrarse ante ellas.
Las ideas de este artículo están desarrolladas más a fondo en el libro Educar en la realidad (2ª ed., Plataforma).
Las ideas de este artículo están desarrolladas más a fondo en el libro Educar en la realidad (2ª ed., Plataforma).