La aversión es un sentimiento de disgusto o desagrado hacia alguna persona. No nace de una ofensa concreta ni encuentra explicación en lo que habitualmente origina un rechazo, como los celos, la envidia, la rivalidad o la ambición. A veces puede responder a cierta incomprensión, o ser el resultado de un conflicto entre temperamentos o caracteres de tal magnitud que lo que hace o dice la otra persona nos molesta de manera casi instintiva. Incluso es posible que sintamos al mismo tiempo antipatía y admiración hacia alguien.

Experimentar esta clase de sentimientos no es malo (no es pecado), pero sí lo es dejarse dominar por ellos y permitir que te arrastren sin oponer resistencia. Dios quiere que hagas un auténtico esfuerzo para que tu alma recobre al menos parte de su paz anterior. Y eso se puede lograr redirigiendo o identificando sentimientos de esta clase en cuanto los notas brotar dentro de ti, pero sobre todo llenando tu corazón de un espíritu de caridad.
Manifiestas aversión cuando dejas ver a los demás tus sentimientos con respecto a la persona que te desagrada y añades algún comentario ácido sobre sus defectos reales o imaginarios.
Manifiestas aversión con tu conducta descortés y contraria a la caridad si contestas con brusquedad a la persona que te cae mal, y la ridiculizas e incluso la insultas con lo que a ti te parecen comentarios ingeniosos. A veces te excusarás diciendo que obrar de otra manera sería hipócrita, pero ocultar nuestros sentimientos más bajos nunca es hipocresía.
Manifiestas aversión también si te niegas a involucrarte en cualquier actividad o diversión en la que participe la persona que te causa rechazo. Es una falta grave de caridad preferir que un trabajo esté mal hecho o dejar de disfrutar de un buen rato con tal de no tener trato con quien te resulta antipático.
L. Lowasik