Todos tenemos nuestras pequeñas parálisis, pero puedo quedarme mirando mis propias debilidades, o aceptarlas y descubrir al hermano. Desde mi fragilidad, me llamas a mirar a otros, escucharlos y tomar su camilla, acercarlos a ti, a tu Reino. Quizás tenga que dejar todo lo demás por un momento para ofrecer mi mano, ¿estoy dispuesto a ello?
Un día en que estaba enseñando asistían sentados unos fariseos y doctores de la ley que habían acudido de todas las aldeas de Galilea y Judea y también de Jerusalén. Él poseía fuerza del Señor para sanar. Unos hombres, que llevaban en una camilla a un paralítico, intentaban meterlo y colocarlo delante de Jesús. Al no hallar modo de meterlo, a causa del gentío, subieron a la azotea y, por el tejado, lo descolgaron con la camilla poniéndolo en medio, delante de Jesús. (Lc. 5, 17-19)
Señor, aquí estoy un día más. Me pongo ante ti, de manera consciente, con lo que tengo en mis hombros, mis
cansancios, mi propia historia, mi día a día y te presento también las vidas de otros que me tocan, me movilizan
y que de alguna manera también las llevo conmigo en cada momento. Me presento con mi corazón, que tan
bien conoces, a veces esponjado, otras aturdido, en búsqueda, en silencio; pero siempre, como hoy, vuelvo a Ti.
Desde lo que soy, desde mi propia fragilidad, dame luz para ser fortaleza y acompañar contigo la
fragilidad de mi hermano.