Aquella famosa diferencia
entre jefe y líder es absoluta en esta foto. El jefe siempre saca pecho
poniéndose al frente para que todos lo vean y le obedezcan, pero el líder sabe
cuándo irse a sentar atrás, no estorba, acompaña, facilita el camino para que
los demás logren sus propósitos; el líder es capaz de invisibilizarse en el
momento oportuno, para que sus compañeros crezcan y se enfoquen en lo
verdaderamente importante. El líder no teme perder su puesto, porque sabe
que muy por encima de “su puesto” se trata de ayudarle a los demás a que
encuentren su camino.
El admirable Francisco está
de espaldas en la foto. El sabe que muchos lo quieren ver de frente, pero
en este instante tan íntimo él prefiere quedar de espaldas a los fotógrafos y
darle la cara a ese Dios de todos, Amor para el jardinero y Amor para el Papa,
ese Dios que no diferencia el abrazo ni da más por uno o por otro, ambos son
pecadores y ambos lo necesitan.
¿Cuántos jefes tendrán la
capacidad de irse a sentar a esa silla atrás? ¿Cuándo las madres y padres
tendremos que “celebrar” esa ceremonia llamada vida con nuestros hijos, y en un
momento oportuno irnos a sentar atrás para que ellos queden de frente a su
misión? ¿Cuántos le podremos dar la espalda a los aplausos, la bulla de
los “clicks”, los elogios para darle la cara, en un momento íntimo a esa
oración profunda que le hace nuestro corazón desnudo de orgullo a un Dios que
desea con fervor escucharnos?
El Papa se me queda grabado
en esta foto, y yo espero que hoy esta inyección me sirva para ubicarme el
resto de mi vida.