La puntilla de Salvador Sostres en la Cope:
El niño se hace hombre, cuando aprende a hablar con su muerte. No se puede
amar la vida, sin llevarte bien con la muerte, con tu propia muerte. Yo al
principio le tenía mucho miedo, demasiado miedo, pero en mis largos paseos de
madrugada he aprendido a hablar con ella, asumirla tal como es y cómo llega, lo
mismo que la vida me sume a mí con todas mis rarezas.
Tener una buena relación con mi muerte, me ha ayudado a ser más libre, a no
estar tan asustado, a que los esfuerzos me cuesten menos, y el placer me dure
más. Me ha permitido también ser más
consciente de la importancia de cada instante y profundizar en el sentido de la
eternidad.
Mi muerte y yo nos reímos de los que todavía no han entendido, que la
tranquilidad no es quedarse quieto, sino luchar por lo que merece la pena,
defender a tus amigos como a la princesa de los bárbaros y saber encontrar la
paz en el ojo del huracán. La tranquilidad no es estar tranquilo, sino pelearlo
todo, perderlo todo y decir entonces muy despacio un Padrenuestro.
Habla con tu muerte, búscala entre los pliegues de tu miedo, es tu más fiel
compañera y no podrás entenderte que hasta que la entiendas será quien te
lleve, pero no podrías vivir sin ella.
De mi muerte he aprendido lo mucho que amo la vida y de lo que querría
estar seguro de dejar a mi hija cuando mi momento llegue.
Desde la montaña del Tibidabo, cuando asoma el sol naranja del alba, es
posible ver la mano lenta de Dios meciendo la ciudad y escuchar susurrar el
arrullo del insomne. Ayer lo vimos juntos mi muerte y yo, tras un largo paseo y
le pregunté si existe ya un plan para mí o está todavía por escribir. Ella me
sonrió, me acarició la cabeza y me dijo… “Deja de preocuparte por lo que no puedes
controlar y ámame como yo te amo y serás inmortal”.