Lúcida reflexión de Raquel Zas
El día de mi cumpleaños se ha convertido en uno de los peores días del año. Nunca tanta gente se había acordado de él hasta que apareció Facebook, y sin embargo ya nadie me llama para felicitarme, nadie timbra a mi puerta para tomar un café y en mi buzón la única postal de felicitación que me encuentro es la de Ikea.
El día de mi cumpleaños se ha convertido en uno de los peores días del año. Nunca tanta gente se había acordado de él hasta que apareció Facebook, y sin embargo ya nadie me llama para felicitarme, nadie timbra a mi puerta para tomar un café y en mi buzón la única postal de felicitación que me encuentro es la de Ikea.
De repente todo el mundo se siente satisfecho con haber dejado una bonita, escueta y típica felicitación en tu muro de Facebook. Y mientras tanto yo me dedico a contar cuánta gente me ha escrito y sonrío al ver la cantidad de amigos que tengo. Y luego me pregunto por qué sigo sintiéndome tan sola. Se supone que las redes sociales han nacido con la pretensión de unir a personas desde cualquier lugar del mundo para que puedan compartir y comunicarse. Pero parece que hacen lo contrario. Nos comunicamos, sí, pero tan sólo enseñamos la parte que queremos que los demás vean. Una parte que en muchas ocasiones ni siquiera es real.
Quien haya visto la entrevista que Risto le hizo al Rubius -que, por si alguien no lo conoce, es el youtuber más popular de España con más de 13 millones de suscriptores- en la que el joven rompe a llorar al admitir lo desgraciado que le había hecho la fama sabrá de lo que estoy hablando. Se vio obligado a mudarse a las afueras y llegó a estar un año encerrado en su habitación con las persianas cerradas porque, entre otras cosas, había gente acampando al lado de su casa para poder hablar con él (increíble, pero ciero). Hay 13 millones de personas que siguen cada paso que da este chico y, sin embargo, no saben absolutamente nada de él, de la persona real que se encuentra detrás del personaje. Una persona que se sentía muy sola y que pasaba el día en una habitación vacía pensando en qué vídeos crear para seguir alimentando a la bestia.
Una de las frases que más escuchamos y leemos últimamente es la de que Internet nos aísla; cada vez estamos conectados con más gente y aun así nunca nos habíamos sentido tan solos. Está bien y es una afirmación que no podemos negar, pero echarle la culpa a las nuevas tecnologías es tan reduccionista como inútil.