El árbol tiene su propia música y recrea su sinfonía en movimiento con la ayuda del viento.
Los bosques se caracterizan además por se espacios silenciosos y espirituales donde poder adentrarse para hinchar y limpiar los pulmones con amplitud.
El pensamiento y los pasos sobre las hojas se entremezclan con el canto de los pájaros, el fluir de la regata o la melodía del viento que agita las ramas creando una estampa compacta de los mismos elementos que acompañan al leñador en sus momentos más reflexivos.
El árbol, como cualquier ser no es perfecto. Sus ramas pueden romperse y generar nudos, taparse y hasta formar estructuras irregulares. Cualquier rama rota va a suponer que se quede una cicatriz dentro, escondida, esperando a que alguien la encuentre...
Del libro El Lenguaje de los bosques de Hasier Larretxea
(Un diálogo con el paisaje. Con el tacto y el olor de la madera.)