En los últimos días han llegado más de 5.000 migrantes a México
dE Jaime Septién
ALETEIA.ORG
Ya no es una, son varias. Ya no son 3.000 personas. Pueden llegar a la
Ciudad de México 6.000 migrantes en las próximas horas. Ya no vienen solo
de Honduras, otras caravanas vienen El Salvador, Guatemala…
Unos van a regresar, otros se van a quedar en México.
Son las caravanas que han puesto en jaque al sistema migratorio
internacional (no nada más a Estados Unidos o México) y dejado al
descubierto el rostro de la corrupción y la violencia que aqueja a nuestra
región y a otras regiones del planeta.
Lejos de lo que ocurre normalmente al paso anual de –aproximadamente— 400.000
migrantes provenientes de América Central, del Caribe y de muchos otros
puntos geográficos del planeta (por ejemplo, de África), en esta ocasión y por
la cobertura mediática, las caravanas han encontrado un México que los cuida,
los acoge, vela por su bienestar y mantiene alejadas a las mafias de “polleros”,
agentes migratorios, tratantes de personas, extorsionadores y narcotraficantes.
Un
país con que actúa con los migrantes de manera similar a la labor que, durante
años, ha estado haciendo con ellos la Iglesia católica y otras denominaciones
religiosas.
“Nos
sentimos protegidos. Hay personas de derechos humanos, monjas, la Iglesia
Católica, la Cruz Roja”, dijo Edwin Paz, un mecánico de 41 años
que salió de Honduras el 12 de octubre con su esposa, embarazada de dos meses y
medio, y un hijo adolescente.
Las
parroquias del sur de México han alimentado a los migrantes y han recolectado
ropa y zapatos para ellos. Algunos mexicanos de medios humildes han ofrecido lo
que pueden: platos de frijoles, arroz y tortillas; bolsas de plástico llenas de
agua y ropa de uso suave. También cobijas, chamarras, suéteres, porque el frío
arrecia en el centro del país en este mes de noviembre.
En
múltiples templos se han habilitado los salones parroquiales para darles
cabida. Y en este momento, en la capital de la República, la Basílica de
Guadalupe, entre otros refugios como el centro deportivo de la “Magdalena
Mixchuca”, está recibiendo a las caravanas con toda la solidaridad
cristiana y humana con la que México solía acoger al refugiado.
Entre
martes y miércoles han llegado a la capital del país 5.500 migrantes:
70 por ciento son varones, 20 por ciento mujeres y 10 por ciento son niños de
acuerdo con los informes del Gobierno de la Ciudad de México y del Alto
Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), La mayor
parte de ellos se encuentra en el Estadio Jesús Martínez, a un costado del
Autódromo “Hermanos Rodríguez”, donde hace un par de semanas se celebró la
carrera de Fórmula 1 en la que obtuvo su quinto título mundial el piloto inglés
Lewis Hamilton.
Otras
caravanas vienen pisando los talones de la que partió de San Pedro Sula
(Honduras). Aprovechando el momento, unas vienen de El Salvador y otras
de Guatemala. También hay africanos entre ellos. Y haitianos.
Todos
en busca del “sueño americano” aunque el presidente Trump haya dicho
que no pasará uno solo. Y que si tiran piedras a sus soldados (cerca de
7.500 en la frontera de Texas), “serán aprehendidos” e inmediatamente
deportados.
Todos
en vilo por el resultado de las elecciones intermedias en Estados Unidos.
dE Jaime Septién
ALETEIA.ORG
Ya no es una, son varias. Ya no son 3.000 personas. Pueden llegar a la
Ciudad de México 6.000 migrantes en las próximas horas. Ya no vienen solo
de Honduras, otras caravanas vienen El Salvador, Guatemala…
Unos van a regresar, otros se van a quedar en México.
Son las caravanas que han puesto en jaque al sistema migratorio
internacional (no nada más a Estados Unidos o México) y dejado al
descubierto el rostro de la corrupción y la violencia que aqueja a nuestra
región y a otras regiones del planeta.
Lejos de lo que ocurre normalmente al paso anual de –aproximadamente— 400.000
migrantes provenientes de América Central, del Caribe y de muchos otros
puntos geográficos del planeta (por ejemplo, de África), en esta ocasión y por
la cobertura mediática, las caravanas han encontrado un México que los cuida,
los acoge, vela por su bienestar y mantiene alejadas a las mafias de “polleros”,
agentes migratorios, tratantes de personas, extorsionadores y narcotraficantes.
Un
país con que actúa con los migrantes de manera similar a la labor que, durante
años, ha estado haciendo con ellos la Iglesia católica y otras denominaciones
religiosas.
“Nos
sentimos protegidos. Hay personas de derechos humanos, monjas, la Iglesia
Católica, la Cruz Roja”, dijo Edwin Paz, un mecánico de 41 años
que salió de Honduras el 12 de octubre con su esposa, embarazada de dos meses y
medio, y un hijo adolescente.
Las
parroquias del sur de México han alimentado a los migrantes y han recolectado
ropa y zapatos para ellos. Algunos mexicanos de medios humildes han ofrecido lo
que pueden: platos de frijoles, arroz y tortillas; bolsas de plástico llenas de
agua y ropa de uso suave. También cobijas, chamarras, suéteres, porque el frío
arrecia en el centro del país en este mes de noviembre.
En
múltiples templos se han habilitado los salones parroquiales para darles
cabida. Y en este momento, en la capital de la República, la Basílica de
Guadalupe, entre otros refugios como el centro deportivo de la “Magdalena
Mixchuca”, está recibiendo a las caravanas con toda la solidaridad
cristiana y humana con la que México solía acoger al refugiado.
Entre
martes y miércoles han llegado a la capital del país 5.500 migrantes:
70 por ciento son varones, 20 por ciento mujeres y 10 por ciento son niños de
acuerdo con los informes del Gobierno de la Ciudad de México y del Alto
Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), La mayor
parte de ellos se encuentra en el Estadio Jesús Martínez, a un costado del
Autódromo “Hermanos Rodríguez”, donde hace un par de semanas se celebró la
carrera de Fórmula 1 en la que obtuvo su quinto título mundial el piloto inglés
Lewis Hamilton.
Otras
caravanas vienen pisando los talones de la que partió de San Pedro Sula
(Honduras). Aprovechando el momento, unas vienen de El Salvador y otras
de Guatemala. También hay africanos entre ellos. Y haitianos.
Todos
en busca del “sueño americano” aunque el presidente Trump haya dicho
que no pasará uno solo. Y que si tiran piedras a sus soldados (cerca de
7.500 en la frontera de Texas), “serán aprehendidos” e inmediatamente
deportados.
Todos
en vilo por el resultado de las elecciones intermedias en Estados Unidos.