Hay momentos en que se hace especialmente cuesta arriba lo cotidiano. Cuando nos toca enfrentarnos a lo más prosaico o anodino, o a la cuesta arriba que es parte del camino. En estos tiempos (de exámenes, de vuelta al trabajo, cuando tus sueños parecen lejanos y la realidad demasiado gris), es importante recordar que las historias grandes se tejen en una trama oculta; que los tiempos de Dios no son los de la eficacia o la euforia, o al menos no sólo. También son los tiempos del silencio, de la rutina y del aprendizaje callado. Como descubrió aquel carpintero que pasó treinta años en Nazaret....
Acoger la vida, no me resulta tarea sencilla.
En medio de la rutina, siento que
tus “tiempos y ritmos” no son los míos.
A veces quiero llegar a la meta final
Sin hacer el camino.
Me entran las prisas, el activismo,
el inmediatismo.
Busco recorrer el camino de la vida
entre aplausos y admiraciones,
hacer las cosas cuando los demás
me las reconocen y agradecen.
Me es más fácil vivir como la mayoría,
sin sentido crítico de lo que me
rodea.
Me acecha la superficialidad,
el mirar la vida desde la ventana,
sin vivirla a fondo desde un
compromiso.
Otras veces, me veo invadido por
el pesimismo y la monotonía,
que me sitúan en el desanimo,
en el conformismo de quedarme como
soy,
sin luchar por SER más,
por llegar a dónde uno quiere,
a lo que Dios sueña como proyecto para
mí.
Ante los agobios y prisas que nos
plantea la vida:
Adora y confía…